13 Julio

Jul 13, 2018 | Claret Contigo

Cristo Señor nuestro es buen modelo de este modo de obrar con heroicidad: a pie anduvo por los pueblos de la Palestina evangelizando la divina palabra, enseñando a los ignorantes, sanando a los enfermos, sin tomar descanso alguno, sino siempre ocupado en promover la gloria del Padre y en procurar la salud de las almas. Toda su predicación, mejor diré, toda su vida no tuvo otro objeto que la gloria de Dios y la salud de los hombres.
El amante de Jesucristo. Barcelona 1848, pp.106-107

CONFIGURACIÓN CON CRISTO EVANGELIZADOR

Jesús fue para Claret, sobre todo en su etapa de misionero popular por Cataluña y Canarias, un modelo a imitar incluso en sus más pequeños detalles. Como ejemplo tenemos el número 387 de la Autobiografía: “Como cabalmente todas [as cosas] las debemos hacer como las hizo Jesucristo, así en cada cosa me preguntaba y me pregunto cómo lo hacía esto mismo Jesucristo, con qué cuidado, con qué pureza y rectitud de intención. ¡Cómo predicaba! ¡Cómo (con)versaba! ¡Cómo comía! ¡Cómo descansaba! ¡Cómo trataba con toda clase de personas! ¡Cómo oraba! Y así en todo, por manera que, con la ayuda del Señor, me proponía imitar del todo a Jesucristo, a fin de poder decir, si no de palabra, de obra, como el Apóstol: Imitadme a mí, así como yo imito a Cristo”.
Es cierto que muchos rasgos del actuar de Jesús son propios de la época y de la situación social y religiosa, pero fijarnos en Él nos llevará a intuir cómo debe ser nuestro modo de desarrollar la tarea cotidiana. Como escribía Claret en su librito Los seis Talentos de Oración “Se ha de portar el que medita como el que aprende a dibujar o escribir, que da una mirada al original y luego va copiando en el papel. Así dará una mirada al original, que es Jesucristo, e irá copiando sus virtudes” (El Colegial, p. 137). Pero no se trata de adquirir la misma forma de Jesús, sino de dejar que él nos dé a cada uno la forma que él desea. No se trata de imitarle externamente en algunos de sus rasgos virtudes, sino de buscar cómo unirse a él, cómo identificarse y configurarse con él.
En sus Propósitos de 1866 (AEC p. 714) nos ofrece Claret unos símiles que nos pueden ayudar a entender mejor cómo debe ser nuestra imitación de Cristo:
“Símil de la fotografía [comenzaba a extenderse por aquellos años], que la imagen de Jesús se imprimirá en mi corazón teniéndola siempre presente. Símil del espejo ustorio, que será mi corazón interior y cóncavo, que, recibiendo el sol que es Jesús, convergerá los rayos en el alma como en un foco, y así arderá en el divino amor como un Serafín”.

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