Las cualidades, sean las que sean, también aquellas más técnicas por ejemplo, que tienes te han sido entregadas en depósito (voy a decirlo así), es decir y si lo prefieres, te han sido regaladas para hacerlas fructificar, producir, rentar… ¡Felicidades por todos esos dones y talentos! ¡Son tus cualidades! Comienza por reconocerlas y hazlo, además, de manera agradecida.

No es el momento de ser holgazán y negligente a la hora de hacer fructificar y producir todas aquellas cualidades que tienes. Ahora es el momento, ha llegado el día, de hacer que todo ello sea rentable al máximo posible, por tu bien, por el bien de los que te rodean, por todos. Pero recuerda que, en el fondo, no eres tú el dueño ni el propietario último de todas ellas (tus cualidades). Hay Otro que las ha puesto en ti, que te las ha enseñado, para que tú, con constancia, esfuerzo y responsabilidad las hagas rendir al máximo, tanto como puedas, de modo sobresaliente según tus capacidades y tus posibilidades.

Las cualidades son tuyas, claro que sí, pero no tanto como crees, porque no te pertenecen… en exclusiva. De todas ellas tendrás que responder. Y tendrás que hacerlo ante el Señor. Y seguramente el agradecimiento, el reconocimiento, aplauso, el halago, la felicitación… de todos los que te rodean, propios y extraños, por tus cualidades te hace sentir bien. ¿A quién amarga el reconocimiento y agradecimiento de los demás? Eso es bueno pero sé, también en este caso, prudente y sabio. Que no se te pegue el corazón al reconocimiento y a la felicitación de los demás, por más sinceras que éstas sean (que seguramente lo serán), y no hagas depender de ellas tu bienestar, tu felicidad, tu sentido. No des tu corazón al reconocimiento y a la felicitación que te llevan a ser demasiado protagonista y a creerte lo que, en el fondo, no eres, único dueño, amo absoluto, de tus cualidades. ¿O es que has hecho algo más de aquello que tenías que hacer con las cualidades que has recibido?