23 Marzo

Mar 23, 2018 | Claret Contigo

“¡Qué estrecho y apocado es el corazón humano para recibir lo penoso y contrario a sus terrenas inclinaciones! ¡Cómo se indigna con los trabajos!… ¡Qué impaciente los recibe, qué insufrible juzga todo lo que se opone a su gusto! ¡Y cómo olvida que su Maestro y Señor los padeció primero y los acreditó y santificó en sí mismo!”. Propósitos del año 1864, en AEC pp. 674-675

LA CIENCIA DEL CORAZÓN

Claret tomó estos pensamientos de la M. Ágreda, escritora espiritual del siglo XVII, para su reflexión personal. Pero, siendo todavía un joven misionero, él mismo escribiría en 1844 un opúsculo con otra clave y con consejos para quien pudiera tener su misma vocación: “Avisos a un sacerdote”. Allí toca también el tema del corazón (p. 12; o en EE p. 244). Por cierto, su interés no era la cardiología, sino ese misterio que llevamos dentro y que a la vez nos lleva con sus impulsos vitales, emociones, afectos y penas: el centro de nuestra personalidad, de nuestros dinamismos y de nuestras miserias.

La invitación de Claret es al aprendizaje de la ciencia del corazón. Se trata de una ciencia indispensable para un misionero que dedica su vida a los demás; necesita conocimiento del propio corazón, con sus estrecheces, ambiciones, impaciencias… De ahí que al discípulo nutrido con la Palabra de Dios nada se le haga tan necesario como el amor. Y, por eso, Claret le recomienda: retírate, como tu divino Maestro, a orar un poco en la soledad para adquirir, meditando en las penas de Jesús Crucificado, aquella ciencia del corazón sin la cual tu palabra sería como el sonido de una campana (ib.).

Para que del propio corazón fluya con diafanidad y eficacia la Buena Noticia hay que acercarse a la fuente de donde ella brota: el Corazón misericordioso de Jesús. Conocer cómo en este corazón se ha elaborado, en todas sus expresiones, su entrega por amor que nos alcanza a todos y nos convierte en una familia de hermanos. Conocer, en la oración y la contemplación ante el Crucificado, lo que es sufrir por amor y entregar por los demás la propia vida con la generosidad y la paz que sólo el amor hace posibles. Sólo la ciencia del corazón da sentido y dirección a la vida del misionero, sea cual sea su identidad carismática. ¡Ciencia tan necesaria en tiempos sembrados de violencia!

Por eso conviene preguntarnos cuál es la presencia de la cruz de Jesús, como semilla de amor, en nuestra vida. Sin ella ¿es posible el camino del discípulo misionero?

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