8 Diciembre

Dic 8, 2018 | Claret Contigo

“Debes saber, amigo mío, que María Santísima es obra de Dios y es la más perfecta que ha salido de sus manos, después de la Humanidad de Jesucristo. En Ella brillan de un modo muy particular la Omnipotencia, la Sabiduría y la Bondad del mismo Dios. Es propio de Dios dar la gracia a cada criatura según el fin a que la destina, y como Dios destinó a María para ser Madre, Hija y Esposa del mismo Dios y Madre del hombre, de aquí se infiere ¡qué Corazón le daría y con qué gracias la adornaría!”
Carta a un devoto del Corazón de María, en EC II, p. 1498

MARÍA, OBRA DE DIOS

LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA.
Nos advierten los especialistas en teología espiritual que puede haber cualidades ocultas y así hubieran permanecido si no interviene una irrupción de Gracia. Sin duda que la torrencial mirada de amor de Dios que llenó a María y la “llenó de Gracia” hizo que la perfección que anidaba oculta saliera a flote. Pero también salió a flote el sentimiento de su pequeñez y por eso se turbó al oírse llamada con ese hermoso nombre: “Llena de Gracia”.
La criatura más perfecta que, como dice Claret, ha salido de las manos de Dios necesitó el ánimo que el arcángel enviado le ofrece al comunicarle la misión que se le va a encomendar. Lo diré con palabras pronunciadas por el Papa Benedicto XVI el 18 de diciembre de 2005: “No temas María, le dice el ángel. En realidad, había motivo para temer, porque llevar ahora el peso del mundo sobre sí, ser la madre del Rey universal, ser la madre del Hijo de Dios, constituía un gran peso, un peso muy superior a las fuerzas del ser humano. Pero el ángel le dice: ‘No temas. Sí, tú llevas a Dios, pero Dios te lleva a ti. No temas’ ”.
Pero ahora quisiera contemplar ese Corazón y esas gracias que Dios volcó en la humilde Nazarena. Y me pasa lo que le sucedió al niño al que, asombrado al ver en el cine el inmenso mar, le entraron unas ganas enormes de verlo en la realidad. Y comenzó a instar a sus padres –que eran de tierra adentro- que le llevaran a ver el mar. Los papás le prometieron el viaje deseado. Lo prepararon todo al detalle. Llegaron de noche al hotel y pronto a dormir, para ver el mar con la aurora. No hubo que llamar al niño dos veces, y salieron a ver el mar en el momento que el sol aparecía al fondo y sus rayos rielaban sobre la superficie azul. Doblaron la esquina y, ante sus ojos, ¡el mar! Al niño se le cortó la respiración y, al final, exclamó: ¡papá, mamá. Ayudadme a mirar!
Es mi clamor al intentar contemplar a María. Grito al Espíritu Santo: ¡¡Ayúdame a mirar!!

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