HACIA UNA CULTURA DEL CUIDADO: LA PROTECCIÓN DE MENORES Y PREVENCIÓN DE ABUSOS SEXUALES EN NUESTRAS PLATAFORMAS APOSTÓLICAS Y SERVICIOS PASTORALES

Por José-Félix Valderrábano CMF [1]


El abuso sexual a menores va en contra del respeto de la dignidad y de los derechos de los niños, especialmente vulnerables por no tener posibilidad de defenderse de las agresiones que puedan sufrir y por las consecuencias graves que tienen para su vida.

Desde que saltaron a la prensa los delitos de abuso sexual por parte de sacerdotes o religiosos, el tema ha sido de gran actualidad tanto en la sociedad como en la Iglesia.

La sociedad ha tomado conciencia del problema y los Estados han aprobado medidas y penas para quienes cometen esos delitos.

Para la Iglesia los abusos sexuales tienen una mayor relevancia porque van en contra de los principios evangélicos por los que se debe regir y que predica: la dignidad de cualquier persona se fundamenta en el ser hijo de Dios e imagen de Cristo. El mismo Jesús en los Evangelios da una especial relevancia a los niños, en contraste con la marginación a que estos estaban sometidos en la sociedad de aquel tiempo (Mc 10,14); les pone como modelo de espiritualidad cristiana (Mt 18,3), y previene a quienes se atrevan a escandalizarlos (Mt 18.6).

Los Papas Juan Pablo II, Benedicto XVI, y sobre todo Francisco, han reconocido el hecho de los abusos cometidos por clérigos o religiosos o por personas vinculadas a sus obras, han pedido perdón por el daño causado a las víctimas y han ido tomando medidas para la prevención de estos delitos y para no dejarlos impunes. La Iglesia ha reconocido que la política de encubrimiento para salvar el prestigio de la institución, el traslado de los clérigos abusadores o, en el mejor de los casos, la sola imposición de penas canónicas no sólo es insuficiente, sino que, por el contrario, prolongan y agravan el problema, además de afectar a su credibilidad y concluir en algunos casos en el abandono de la Iglesia y de la misma fe.

Bastantes diócesis y Congregaciones, siguiendo las indicaciones de los Papas y las normas promulgadas por la Santa Sede, han ido elaborando sus protocolos de actuación en casos de delitos de abuso sexual. Los Misioneros Claretianos tuvimos un primer protocolo en el año 1999, como consecuencia de la decisión tomada por el Gobierno General y los Superiores Provinciales de toda la Congregación el año anterior en Bangalore. Entonces se abordaron solamente los temas que preocupaban en aquel momento y se dieron soluciones a esos problemas. Con el tiempo, a medida que se iban viendo las cosas con mayor claridad, y que la Iglesia ofreciendo nuevas normas e indicaciones, la atención y la preocupación de la Congregación se centró en los procesos de actuación en caso de descubrimiento o de denuncia de un abuso sexual por parte de alguno de sus miembros.

Actualmente vemos que centrarse en la denuncia de los abusos, siendo importante, es insuficiente para el objetivo de proteger a los menores y prevenir los delitos de abuso. Mejor prevenir que curar. En 2019 la Congregación publicó el “Manual para la protección de menores y adultos vulnerables” junto con el “Protocolo para la prevención e intervención ante un delito de abuso sexual”.

La Congregación se ha tomado muy en serio este tema, porque, como dice el P. General en la presentación del Vademécum congregacional elaborado con este fin, “el cuidado de las personas y la naturaleza son una parte integral de nuestra vida y misión”. También el último Capítulo General ha insistido en este punto: “Crearemos entornos seguros para que niños, adolescentes y jóvenes crezcan en libertad y responsabilidad” (QC 69).

¿Qué se puede hacer para proteger a los menores y prevenir los delitos de abuso? Se pueden señalar algunas medidas importantes:

  1. 1. Ante todo hay que advertir que la protección de menores y la prevención de abusos no se circunscribe a los colegios o a las parroquias; también afecta a las catequesis, a los grupos o clubs juveniles, campamentos o colonias de verano, e incluso a los que están en el confesionario o se dedican a la dirección espiritual o acompañamiento personal de los jóvenes.

Es una responsabilidad de los superiores, de los párrocos, directores de colegios y de las actividades pastorales compartir la preocupación por la protección de los menores y animar a cuantos están implicados en las plataformas de pastoral infantil y juvenil a asumir el compromiso de crear un entorno seguro para los menores y protegerles de cualquier abuso.

La implicación de todos los agentes de pastoral es imprescindible. Hay que ser conscientes de que proteger y prevenir no se hace en los papeles, ni queda a la responsabilidad de los superiores o de los encargados de las actividades pastorales: es una tarea de la sociedad y, en nuestro caso, de los claretianos, de los voluntarios, colaboradores y personas contratadas.

No siempre los agentes pastorales son conscientes de la gravedad de los abusos, no conocen las leyes civiles o las normas de la Iglesia y de la Congregación. Todos deben ser conscientes de la importancia de la protección de los menores y de la gravedad de los abusos, reflexionar juntos sobre cómo proteger a los niños y adolescentes, qué pautas de conducta hay que establecer para ello, y estar dispuestos a asumir responsabilidades. Cuando se buscan juntos las políticas a seguir para la protección y la prevención es más fácil asumirlas que si se dan “desde arriba” como algo impuesto. Es el primer paso para ser efectivos.

  • 2. Crear un entorno seguro para los menores, en segundo lugar. Eso significa ir contracorriente a la sociedad que, si bien repudia absolutamente los abusos sexuales de menores, y se escandaliza de ellos, no tiene inconveniente en usar -en realidad, abusar- de la mujer como objeto sexual con fines publicitarios, o es absolutamente permisiva en manifestaciones, valoraciones y comportamientos sexistas en la vida social.

Favorecer un ambiente seguro para los menores significa reconocer su dignidad como personas y como hijos de Dios, tratarlos con respeto, evitar comentarios o burlas que les puedan ridiculizar y humillar.

Crear un entorno seguro para los menores implica no tolerar posibles abusos o comportamientos abusivos y no tener miedo a denunciarlos. Nadie quiere ser un “soplón”, un chivato, porque se entiende como una deslealtad hacia los amigos o compañeros, pero no se puede dejar pasar lo que es un pecado grave y un delito, ni mirar hacia otro lado, porque lo que está en juego es la vida de los niños o de los adolescentes que se nos han confiado.

  • 3. Acompañar a las familias, contribuir a su formación, ofrecerles instrumentos para que puedan educar correctamente a sus hijos, asociarles a las actividades pastorales, educativas o recreativas, y corresponsabilizarse en la educación de los niños también en esos ámbitos. En la familia viven los niños, se desarrollan, aprenden los valores humanos y los principios del Evangelio. Debe ofrecer a los niños un ambiente acogedor, cálido, afectuoso, en el que se sientan amados y seguros.

Lamentablemente no en todos los casos es así. Sin llegar a pensar en familias desestructuradas, hay familias que deben trabajar tanto tiempo que no pueden cuidar a los hijos adecuadamente. No siempre los padres tienen una adecuada formación cristiana; o se desentienden de la educación sexual de los hijos o son muy permisivos en la valoración de determinados comportamientos sexuales.

En el tema de los abusos, es importante que los padres adaptándose a la edad de los niños les expliquen lo que es la sexualidad (también desde el punto de vista cristiano), les ayuden a distinguir lo que está bien y lo que está mal, a comportarse con las personas extrañas o incluso cercanas a la familia (profesores, sacerdotes, monitores, etc.). Deben hablar con ellos, infundirles confianza para que puedan comentar libremente lo que hacen en la escuela o en las actividades en las que participan, que hablen de sus relaciones con compañeros y adultos. Los padres, por su parte, tienen que estar informados de lo que es un abuso, de cómo prevenirlo, de cuáles son los síntomas de haber sido abusado, y de los factores de riesgo en que se puedan encontrar los niños.

  • 4. Cada institución educativa, todas las parroquias y las actividades que se realizan con menores deberían contar con su propio protocolo de actuación y un código de conducta que recoja las buenas prácticas en la relación con menores. No basta acogerse a un protocolo general de la Congregación o de la Conferencia Episcopal: tienen que recoger sin duda la legislación civil y la de la Iglesia del lugar, pero también indicar comportamientos o gestos que en esta determinada cultura o en este ámbito no tienen un particular significado pero que en otros pueden ser interpretados o valorados negativamente y crear un escándalo. Este material es muy útil para que todos sepan cómo comportarse.
  • 5. Y finalmente, si queremos ofrecer seguridad y protección a los menores, es fundamental que en nuestras plataformas y actividades apostólicas las personas implicadas (religiosos y laicos) sean personas maduras, equilibradas, sin problemas afectivos o sexuales. Pero además deben tener una preparación específica para el trato con los menores y un conocimiento básico de la problemática de los abusos sexuales. Todos deben firmar un escrito en el que afirman conocer los protocolos de conducta de la estructura o la plataforma en la que trabajan, y que se comprometen a cumplirlos.

Roma, Italia.

11 febrero 2022.

[1] El P. José-Félix Valderrábano es el Procurador de la Congregación ante la Santa Sede.

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