Santiago de Chile. El venerable Padre Mariano Avellana ha integrado la exposición “Custodios del Alma de Chile” que por un mes presentó la Pontificia Universidad Católica chilena en adhesión al bicentenario de la república.
La iniciativa ha buscado resaltar las figuras de los dos santos, tres beatos y catorce venerables o siervos de Dios que como ramillete de lo mejor de su espíritu ha
producido Chile en sus 200 años de vida independiente.
En la muestra ha tenido lugar el Padre Mariano Avellana como legítimo chileno por adopción, ya que llegó al país en 1873 a sus 29 años, misionó en forma incansable por más de 30 y falleció en un pueblo minero del norte chileno el 14 de mayo de 1904.
La muestra resumía la vida y obra de los chilenos santos y en camino a los altares mediante imágenes y textos acompañados de reliquias, objetos personales, documentos y escritos que daban cuenta del testimonio extraordinario de amor a Dios y al prójimo de ese grupo selecto de compatriotas.
Con ello se buscaba resaltar ante la comunidad el fruto de la palabra de Dios en tierra chilena a través de un tesonero trabajo espiritual y social realizado por la Iglesia en más de cuatro siglos y medio, que marcó en forma profunda al Chile independiente.
El Padre Mariano Avellana emergía así como el misionero ejemplar que dejó familia, bienes y patria para entregar la vida en otra tierra sobre todo a los enfermos, los encarcelados y los más abandonados; y que misionó de preferencia en pequeños pueblos, villorrios campesinos y campamentos mineros diseminados por el largo territorio chileno.
Su figura, puesta a la par de un cardenal, dos obispos y un ramillete de religiosos y laicos que actuaron o realizaron obras en áreas como la educación, la contemplación, las misiones, la acción social, la familia y otras, daba el sentido de “custodios del alma de Chile” que proponía la exposición.
La muestra ha sido una oportunidad privilegiada para ampliar el conocimiento y difusión pública del Padre Mariano, quien espera la glorificación terrena desde que el Papa Juan Pablo II reconociera en 1987 la heroicidad de sus virtudes declarándolo venerable.
