Para la Fiesta del Corazón de María.
El libro de los Hechos de los Apóstoles nos presenta la comunidad de los discípulos y discípulas de Jesús reunidos en Jerusalén junto con María, la Madre de Jesús (cf. Hech 1,12-14). Es una comunidad que recuerda su experiencia de vida con el Maestro, que reflexiona sobre todo lo acontecido, que se consolida con la presencia de quienes habían compartido el camino con Jesús y suma a uno de ellos al grupo de los doce (cf. Hech 1,15-24)

y que se prepara para recibir el don del Espíritu que el mismo Jesús les había prometido (cf. Hech 2,1-4).
María está presente en la comunidad, aportando su experiencia de vida con Jesús, su hijo (cf. Lc 2,19), animando a todos a creer en Aquél que cumple sus promesas y cuya presencia renueva todas las cosas (cf. Lc 1,46-55) y exhortando a todos a decir un “Sí” confiado y generoso al proyecto del Reino, como Ella misma había hecho al inicio de su camino (cf. Lc 1,38). Ella, que había sido declarada bienaventurada por haber escuchado la Palabra y haberle abierto su corazón y todas las dimensiones de su vida (cf. Lc 1, 45; 11,28), está allí apoyando el camino de la naciente comunidad cristiana.

La celebración de la fiesta del Corazón de María nos invita a tomar renovada conciencia de la presencia de María en nuestra vida y en nuestra comunidad.
Con Ella, nos sentimos amados por Dios, enviados por Jesús, habitados por la presencia del Espíritu que nos habilita para la misión.
Junto a Ella nos sabemos hermanos, miembros de esa familia que ha recibido un nuevo nombre: hijos de su Corazón.
De Ella aprendemos aquellos rasgos de compasión y ternura que son imprescindibles para construir la fraternidad y que permiten que el Evangelio fecunde la vida de las personas. Unidos a Ella nos atrevemos a proclamar nuestra fe en el Reino en un mundo en que parece que no acaba de cumplirse la nueva realidad proclamada en el Magnificat, y a comprometernos a vivir y trabajar desde esta esperanza y estos valores.

La celebración de la fiesta del Corazón de María nos ayuda a seguir manteniendo encendida la llama de la vocación misionera. Que crezca en cada uno de nosotros este fuego.

Roma, 12 de junio, 2010

Josep M. Abella, cmf. Superior General

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