Mensaje de Navidad 2018

Dic 22, 2018 | Mathew Vattamattam, Tablero

En Navidad, me encuentro como desconcertado ante la escena de la natividad. Aquí está el diseño de Dios para que la humanidad entre en una relación definitiva de intimidad con el Creador. El niño nacido de la Virgen es Emmanuel, Dios con nosotros (Mt 1, 23).

Desde una mentalidad humana, no consigo comprender la profundidad, altura, anchura y longitud del amor y la sabiduría de Dios al elegir un establo para el nacimiento del Rey de Reyes. La “Palabra hecha carne para habitar en medio de nosotros” (Jn 1, 14) se ha rendido a la misericordia de los seres humanos y la naturaleza. La noche fría, el olor del establo, las picaduras de los insectos y el inconveniente rincón del establo con las ovejas que balbucean alrededor manchando el suelo con su estiércol. ¡Sorprendente! Si se buscara el consejo humano, hubiéramos propuesto mejores lugares para que naciera el niño divino. En Palestina, estaba el palacio de Herodes el rey o la casa del Sumo Sacerdote. Aún mejores lugares habrían sido los palacios del César de Roma, o de la dinastía Han en China o de los Maharajas de la India o de un Jefe Maya en las Américas. Habría reinas de renombre, como Cleopatra de Egipto, Livia Drusilla de Roma o una de los Maharanis del Este, para dar a luz al salvador del mundo. Pensando en la política de poder de los palacios y las intrigas de las casas reales, sé que no habría ningún lugar para que el amor se encarnara en esos lugares de vanagloria. Muchos de estos hombres y mujeres en las alturas de su poder fingieron y actuaron como Dios. El amor habría sido sofocado hasta la muerte en primera instancia bajo el orgullo humano y la arrogancia. María y José demostraron que la elección de Dios era correcta.

Delante de mí, en el pequeño bebé del pesebre, veo que el sueño de Dios para la humanidad se desarrolla de una manera sorprendente. Supera todos los cálculos humanos e invita a un cambio de paradigma en mi pensamiento, sentimiento y relación con los demás seres humanos. En el bebé de Belén, el abrazo de Dios comienza con los de las periferias para que nadie quede fuera de su alcance amoroso. Como la estrella que llevó a los sabios al niño en el pesebre, el bebé de Belén sería la estrella para guiar a los humanos en el camino hacia su verdadero destino, su verdadero propósito de vida.

Nuestro mundo será mejor solamente cuando los seres humanos más vulnerables y el cuidado de nuestro hogar común capten nuestra atención y compromiso. Paradójicamente, tendemos a ser seducidos por la atracción del poder y del dinero, y giramos en torno a aquellos que ejercen el control sobre ellos. Por lo tanto, las posiciones de servicio y los recursos para el bienestar de todos se convierten en ídolos de adoración, que causan división, disensión en la sociedad y dominación sobre los seres humanos y la naturaleza.

La Navidad viene una vez más, recordándonos el sueño de Dios e invitándonos a caminar con la conciencia de que Dios está con nosotros. En esta Navidad, abramos los ojos para ver la realidad más allá de la perspectiva de nuestros recintos seguros. Todo es diferente cuando podemos mirar el mundo a través de los ojos de nuestros hermanos y hermanas que son descartados en los márgenes de la sociedad, y despojados de la dignidad humana y de la parte legítima de los recursos de la naturaleza. El amor nacido en el corazón nos dirá qué hacer por el menor de nuestros hermanos y hermanas.

La Virgen Madre, que dio carne a la Palabra en su vientre, cantó la canción de una visión diferente de la realidad, su Magnificat. Cuando nuestro Fundador vio el mundo a través de los ojos de Cristo, su vida tomó un camino diferente, “el camino recto y seguro”. También podemos hacer lo mismo en nuestra vida.

Os deseo a todos, mis hermanos claretianos, miembros de la familia claretiana, amigos, colegas y bienhechores, una Navidad muy significativa y un año nuevo lleno de gracia.

 

P. Mathew Vattamattam, CMF

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