HERMANAMIENTO FE-RAZÓN
¡La fe y la razón!… ¡Qué fácil lo ve Claret! Al leer este texto viene a la mente el inicio de la encíclica del beato Juan Pablo II Fides et Ratio (14 de septiembre de 1998): “La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la Verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la Verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo”. Entre inteligencia y fe se instaura así una relación vital: es necesario creer si se quiere percibir el misterio que nos habita y nos trasciende; y es necesario comprender para que la fe sea razonable y madura.
La fe madura recurre a la inteligencia, comprometiéndola, según una expresión de san Anselmo (s. XI), en la «búsqueda de lo que ama» (FeR, 42). Así, la fe, además de ser «razonable», se convierte en «razonante». Ésa es la tarea que concierne a la teología: recoger los datos de la revelación y reflexionar sobre su coherencia y armonía, sobre su –siquiera elemental- racionalidad, y, desde ellos, responder a los desafíos siempre nuevos planteados por la cultura y la historia.
A lo largo de la historia se ha dado entre la fe y la razón distintas formas de relación, que van desde la confrontación al diálogo, a la cooperación, pasando por la total independencia y radical heterogeneidad, e incluso por el mutuo menosprecio.
Qué difícil es hablar de la relación entre fe y razón en una cultura de indiferencia religiosa, secularizada o increyente, que pone la razón por encima de todas las cosas. Una cultura en la que se admite un total relativismo y apenas se cuenta con la verdad, o, todo lo más, con mi propia verdad, aunque no me fíe mucho de ella…
Jesús de Nazaret dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). ¿Busco la Verdad o me conformo con mi pequeña verdad, con la cual “voy tirando…”?