PENSANDO EN LOS MÁS POBRES
En la tierra tenemos bienes suficientes para que todos los seres humanos vivamos con dignidad. Pero la avaricia de las personas y de las empresas mantiene a una población muy numerosa en situaciones infrahumanas de salud, de vivienda, de educación, etc.
Mientras unos nadamos en la abundancia, otros muchos no tienen lo imprescindible para vivir. Al parecer, menos del 15 por ciento de la humanidad posee más del 85 por ciento de los recursos. Es una desigualdad intolerable que clama al cielo.
Los sentimientos que expresa Claret son muy nobles e instructivos: “Me da escrúpulo el gastar para mí, recordando que hay necesidades para remediar”. Se sabe que, en cierta ocasión, en su casa de Madrid, comió con él un sobrino suyo, al que en un momento dado le dijo: “observarás que no bebo vino; no es porque no me guste, sino para ahorrar más y así poder socorrer a más personas”.
Ciertamente la privación en Claret tenía también otras motivaciones: la libertad personal que se adquiere mediante el autodominio, la llamada evangelizadora a saber relativizar el valor de las riquezas y no darles el corazón… y sobre todo la más perfecta imitación del moco de vida de Jesús y de los apóstoles; pero el aspecto de la solidaridad nunca estaba ausente.
Mientras haya necesidades para remediar, tenemos que cuestionarnos nuestros gastos, nuestro consumo, en definitiva nuestro nivel de vida. Tenemos que preguntarnos cómo podemos ser más solidarios y repartir mejor la riqueza del planeta.
Cuando estoy a punto de gastar algo para mí, ¿pienso si realmente lo necesito?