Fecha: 16 de Julio – Fiesta de Nuestra Señora del Carmen, aniversario de la fundación de la Congregación

«Viendo la gran falta que hay de predicadores evangélicos y apostólicos en nuestro territorio español, los deseos tan grandes que tiene el pueblo de oír la divina palabra y las muchas instancias que de todas partes de España hacen para que vaya a sus ciudades y pueblos a predicar el Evangelio, determiné reunir y adiestrar a unos cuantos compañeros celosos y así poder hacer con otros lo que solo no puedo» (P. Fundador al Nuncio Apostólico, Vic 12 agosto 1849).

«A mediados de mayo llegué a Barcelona y me retiré a Vich, y hablé con mis amigos los Señores Canónigos D. Soler y D. Passarell del pensamiento que tenía de formar una Congregación de Sacerdotes que fuesen y se llamasen Hijos del Inmaculado Corazón de María. Ambos a dos acogieron muy bien mi pensamiento, y el primero, que era cabalmente Rector del Seminario de Vich, me dijo que tan pronto como salieran los Colegiales o Seminaristas para sus casas a pasar las vacaciones, nos podíamos reunir nosotros en el mismo Seminario y habitar sus cuartos, y mientras tanto Dios nuestro Señor dispondría otro local» (Aut 488).

«Este mismo pensamiento le propuse yo al Ilmo. Sr. Obispo de Vich, D. D. Luciano Casadevall, que me quería muchísimo, quien aplaudió sobremanera el Plan que yo le había manifestado, y convinimos que durante las vacaciones viviésemos en el Seminario, y él entre tanto haría habilitar el Convento de la Merced, que el Gobierno había dejado a su disposición, y así se hizo. El Sr. Obispo dispuso el local correspondiente en el convento de la Merced, y yo entre tanto hablé con algunos Sacerdotes a quienes Dios nuestro Señor había dado el mismo espíritu de que yo me sentía animado. Estos eran: Esteban Sala, José Xifré, Domingo Fábregas, Manuel Vilaró, Jaime Clotet, Antonio Claret, yo, el ínfimo de todos; y, a la verdad, todos son más instruidos y más virtuosos que yo, y yo me tenía por muy feliz y dichoso al considerarme criado de todos ellos» (Aut 489).

«El día 16 de julio de 1849, hallándonos ya reunidos, con aprobación del Ilmo. Sr. Obispo y del Sr. Rector, empezamos en el Seminario los santos ejercicios espirituales nosotros sólos con todo rigor y fervor, y como cabalmente en este día 16 es la fiesta de la santa Cruz y de la Virgen del Carmen, por tema de la primera plática puse aquellas palabras del Salmo 22: Virga tua et baculus tuus ipsa me consolata sunt, v. 4. Aludiendo a la devoción y confianza que hemos de tener en la santa Cruz y en María Santísima; aplicando además todo el salmo a nuestro objeto. De aquellos ejercicios todos salimos muy fervorosos, resueltos y determinados a perseverar, y, gracias sean dadas a Dios y a María Santísima, todos han perseverado muy bien. Dos han muerto y se hallan actualmente en la gloria del cielo gozando de Dios y del premio de sus trabajos apostólicos y rogando por sus hermanos» (Aut 490).

«Así empezamos y así seguíamos guardando estrictamente una vida perfectamente común. Todos íbamos trabajando en el sagrado ministerio. Concluidos los ejercicios que yo di a la pequeña y naciente Comunidad, me dijeron que diera otros ejercicios espirituales al clero de la ciudad de Vich en la Iglesiadel Seminario. Cuando he aquí que el día 11 de agosto, al bajar del púlpito al concluir el último acto, el Ilmo. Sr. Obispo me manda que vaya a Palacio, y al llegar allí me entregó el Real Nombramiento, fechado del día 4 de agosto, para el Arzobispado de Cuba. Yo quedé como muerto con tal noticia. Dije que de ninguna manera aceptaba y así supliqué al Sr. Obispo que se dignase contestar por mí diciendo que de ninguna manera aceptaba» (Aut 491).

«¡Oh Dios mío, bendito seáis por haberos dignado escoger [a] vuestros humildes siervos para Hijos del Inmaculado Corazón de vuestra Santísima Madre!» (Aut 492).

«¡Oh Madre benditísima, mil alabanzas os sean dadas por la fineza de vuestro Inmaculado Corazón y habernos tomado por Hijos vuestros! Haced, Madre mía, que correspondamos a tanta bondad, que cada día seamos más humildes, más fervorosos y más celosos de la salvación de las almas» (Aut 493).