Queridos hermanos:
Al contemplar la triste noticia de hoy, nuestros corazones se elevan para meditar en los caminos admirables de Dios, manifestados en la vida y muerte del Papa Francisco. Su paso entre nosotros fue un testimonio vivo de la compasión y del amor tierno de Dios por toda la humanidad.
Dotado por el Señor con una mirada capaz de ver en cada persona su imagen y con un corazón que abrazaba a todos con la ternura del Padre, el Papa Francisco se convirtió en un faro de esperanza en nuestro tiempo.
Qué conmovedor fue verlo ayer —frágil, pero radiante— bendecir al mundo con la alegría de la Pascua, recorriendo por última vez la Plaza de San Pedro para impartir su bendición de despedida al pueblo que tanto amó y sirvió.
Ha cumplido con amor fiel y humilde la misión que se le confió. Demos gracias al Señor por el testimonio luminoso de su vida, y oremos para que el Espíritu suscite un sucesor que continúe guiando a la Iglesia por los caminos de la renovación, siempre impulsada por el soplo del Dios vivo.