12. El misterio pascual en nuestras comunidades

“Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la vida eterna. El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre” – Juan 12, 24-26.

“Como imágenes de Dios y miembros de un mismo Cuerpo, hemos de amarnos mutuamente, cumpliendo así el precepto del Señor: ‘Este es mi mandamiento, que os améis los unos a los otros como Yo os he amado’. Este amor fraterno implica el ejercicio de todas las virtudes, porque ‘la caridad es paciente, no es jactanciosa, no se engríe, no es descortés, no busca su interés, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra de la injusticia, se alegra con la verdad. Lo excusa todo. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta’. Seamos, por tanto, solícitos los unos para con los otros, llevando mutuamente nuestras cargas”. – Constituciones 15.


INTRODUCCIÓN

La vida consagrada pertenece a la vida y santidad de la Iglesia, a la vez que es un don particular del Espíritu. A causa de ella, las personas consagradas intentamos configurarnos con Cristo pobre, obediente y casto de modo visible y elocuente[1]. La donación total de nosotros mismos por la profesión de los consejos evangélicos es “un modo específico de aceptar el misterio de Cristo vivido en la Iglesia”[2]; nuestra respuesta radical al llamado común de los cristianos al seguimiento de Jesús, al testimonio de Cristo y a la santidad que se exige de todos los bautizados en la Iglesia.

Mural Inst Past Celam Medellin Col 1977Esa llamada es para nosotros, los Misioneros Claretianos, un imperativo ineludible pues la búsqueda de la santidad constituye uno de los objetos fundamentales de nuestra Congregación[3]. Por causa de la unción del Espíritu, cuando contemplamos asiduamente a Cristo y por la vivencia de los votos en la comunidad misionera nos vamos configurando con Él por la unción del Espíritu. Esta unción nos hace participar en la plenitud de Jesucristo y nos habilita a su seguimiento para colaborar con Él en su obra de salvación[4].

Es interesante darnos cuenta de cómo resuena la llamada a la santidad de vida en este momento peculiar de la Iglesia y el mundo. Desde este marco queremos abordar en este cuaderno algunas situaciones que nos resultan difíciles de asumir y sobrellevar, incluso cuando pretendemos hacerlo por causa del seguimiento de Jesús. Son momentos en que la cruz de Cristo se hace del todo evidente en nuestras vidas y en los que, contemplando a Jesús crucificado, necesitamos creer con más convicción que la muerte ha sido vencida y que, paradójicamente, ha sido derrotada justamente en la cruz.

1. LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA DE PAPA FRANCISCO “GAUDETE ET EXSULTATE” [5]

La exhortación apostólica Gaudete et Exsultate tiene el interés de “hacer que resuene una vez más la llamada a la santidad, buscando encarnarla en el contexto actual, con sus riesgos, sus desafíos y oportunidades” con la esperanza de “que toda la Iglesia se dedique a promover el deseo de la santidad”[6].

El llamamiento del Papa se despliega en cinco capítulos enmarcados por un prólogo de resonancias bíblicas que invitan a la alegría, al alborozo y a caminar íntegramente en la presencia del Señor y un epílogo dedicado a María, icono de santidad de la Iglesia[7]. El primer capítulo deja en claro que la santidad “heroica, ordinaria, comunitaria” es un apelo universal a la vez que individual para cada uno de nosotros y que compromete de modo activo a todos los bautizados[8]. El segundo advierte sobre dos actitudes elitistas, intelectualistas y voluntaristas que se vuelven enemigos sutiles al momento de comprender y vivir la santidad en la Iglesia: “el gnosticismo y el neopelagianismo”[9]. El tercero lleva por título “A la luz del Maestro” y propone las bienaventuranzas como modelo de santidad y camino de auténtica felicidad[10]. Este capítulo constituye el núcleo de todo el documento e indica cuestiones fundamentales del seguimiento de Jesucristo, que es para nosotros la “regla suprema” de nuestra vida[11]. El cuarto capítulo señala “algunas características de la santidad en el mundo actual”[12]; y el quinto enseña que el “combate, la vigilancia y el discernimiento” forman parte de este camino[13].

Cuando frecuentamos la escuela de la Palabra y contemplamos a Jesús con su comunidad de discípulos, descubrimos que “el Cristo de Claret es el Cristo de los claretianos”[14] y aprendemos a seguirlo por los caminos de la misión. De esa escucha de la Palabra, emergen en las CC cinco aspectos fundamentales sobre los cuales configurar nuestras vidas con la de Jesús e imitarlo para que alcancemos la perfección del Padre, nos amemos unos a otros como él nos amó, oremos sin desanimarnos, orientemos nuestra vida por sus normas apostólicas y participemos de su felicidad viviendo con el espíritu de las bienaventuranzas.

Tanto en Gaudete et Exsultate como en nuestras CC, las bienaventuranzas evidencian el modo particular de vivir de Jesús y la paradoja que conlleva el camino a la felicidad y a la libertad que nos propone:

La pobreza y el desapego nos liberan para buscar y elegir una riqueza duradera. La mansedumbre desarma todo germen de enemistad y nos permite acoger a los demás sin condiciones. La empatía nos conmueve ante el dolor ajeno para participar de sus sentimientos. La búsqueda de la justicia nos hace tenaces en la lucha por incluir a los desechados por el orden mundial. La vida en clave de misericordia nos vuelve semejantes a nuestro Padre Dios, el tesoro de nuestras vidas. La serenidad, creatividad, sensibilidad y destreza de los pacíficos nos ayudan a construir la paz y la amistad social privilegiando la unidad y el encuentro por encima de las divisiones. La incómoda situación de los que eligen la justicia en un mundo injusto y violento y la radicalidad en el seguimiento de Jesús son su propuesta de vida y el camino que elegimos transitar; la cruz y la vida querida y abrazada.

“Aceptar cada día el camino del Evangelio, aunque nos traiga problemas, esto es santidad”[15].

2. CARACTERÍSTICAS DE LA SANTIDAD EN “GAUDETE ET EXSULTATE”

Unos rasgos propios de la santidad nos permiten descubrir cómo esta llamada se nos presenta para que la vivamos en lo ordinario de cada día:

Lo primero es cimentar nuestra vida en el amor de Dios. Esta característica acrecienta nuestra confianza en Dios y nos madura para soportar las adversidades y dificultades de la vida; dilata nuestra paciencia, nos hace constantes y tenaces en la búsqueda del bien, ensancha nuestra capacidad de acoger a los demás y desarticula toda forma de violencia o afán de superioridad.

La segunda característica es la alegría serena y el buen humor que son consecuencia de lo anterior y una señal de nuestra opción fundamental por el Reino de Dios que “es justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo”[16]. Es la alegría de quien se abandona confiado al Misterio Pascual y, a causa de ello, “crea comunión, comparte y se reparte”, enciende a otras personas y “nos vuelve capaces de gozar con el bien de los demás”[17].

La tercera de las características es la audacia y el fervor; el celo apostólico que tanto movía a nuestro P. Fundador. “La audacia y el coraje apostólicos son constitutivos de la misión”; una característica de quienes viven impulsados por el Espíritu, moldeados a imagen de Jesús, urgidos por su compasión. “Todo lo puedo en quien me fortalece” escribe San Pablo a los Filipenses[18] y repetimos nosotros cuando frecuentamos la escuela de la Palabra tras las huellas de Claret.

La cuarta característica es que crea comunión; porque se trata de emprender un itinerario de amistad con Dios que es comunión. El cariño mutuo, fecundado por el encuentro con Jesús Resucitado en su Palabra y en la mesa de la Eucaristía, transforma nuestras comunidades en un “espacio teologal en el cual experimentar la presencia mística del Señor Resucitado”[19]; ámbitos de cuidado, en el cual los pequeños detalles cobran relevancia porque nos salvan y sostienen.

La quinta característica es abrir nuestra interioridad al don de Dios que nos habita, que sondea nuestros corazones y los atrae hacia él porque “intercede por nosotros con gemidos inefables”[20]. La oración constante permea nuestros intereses y los orienta a la consecución de lo que nos hace felices, a la búsqueda de la voluntad de Dios en nuestras vidas. El papa Francisco dedica todo un capítulo de su exhortación al discernimiento, tema que nosotros hemos abordado en el sexto lugar de esta publicación.

Desde estas claves, ser santos consiste en que caminemos íntegramente en la presencia del Señor que es fuente de alegría y cultivemos nuestra amistad con él[21]. Ser santos es abrirnos confiadamente a la acción de Dios por el Espíritu para ser plenamente humanos como Jesús[22]. Ser santos consiste en que seamos “buenos administradores” de la gracia recibida en el bautismo para que demos los frutos que Dios espera de cada uno de nosotros y contribuyamos de este modo a la belleza de la Iglesia[23]. Ser santos es que nos donemos a los demás dando la vida como testimonio profético, inclusive hasta el martirio[24]. Ser santos es que vivamos el momento presente desde la clave del amor y de la caridad que llena de sentido los pequeños gestos que se nos pasan desapercibidos[25]. Ser santos es que vivamos nuestras vidas como una misión llevando a cumplimiento el sueño de Dios en nosotros[26]. Ser santos es que vivamos con sencillez evangélica[27], que crezcamos en la propuesta de las bienaventuranzas[28], que llevemos una vida agradable a Dios en clave de misericordia[29]. Ser santos consiste en que optemos por favorecer siempre la vida para que tengamos vida y vida en abundancia[30]. Ser santos consiste en que vivamos desde la lógica de la cruz, en comunidad, abiertos a la trascendencia, como María[31].

En este contexto de la reflexión, viene bien que nos preguntemos cómo estamos viviendo nuestro seguimiento de Jesús y qué cabida encuentran en nosotros las llamadas más audaces de la Iglesia de los últimos años: la de salir hacia las periferias, la de vivir en clave de misericordia, la de acoger migrantes en nuestras casas, la de ser transparentes en la gestión de los bienes y dar cuenta de lo que hacemos con ellos, la de cuidar al rebaño que nos ha sido confiado desterrando de nosotros todo tipo de abuso, la de comprender la misión como un proceso sinodal, la de favorecer la cultura del encuentro, la de cuidar la casa común, la de trabajar a distintos niveles por incluir a los descartados del sistema, la de la conversión pastoral, la llamada a ser los discípulos misioneros de la alegría del Evangelio, la llamada a ser santos.

3. LA CONFIGURACIÓN CON CRISTO Y EL MISTERIO PASCUAL EN NUESTRAS COMUNIDADES

A estas llamadas de la Iglesia, el XXV Capítulo General le suma otras interpelaciones del mundo y la Congregación que apelan a nuestra identidad. Confrontarnos con ellas nos permite crecer personal, comunitaria y congregacionalmente y nos sitúa ante el sueño que Dios tiene para nosotros y nos ayuda a ponernos de pie y a continuar caminando; aprovechando las oportunidades que se nos ofrecen. Pero la santidad que anhelamos está atravesada por la experiencia de la cruz a causa del seguimiento de Jesús que profesamos.

En nuestro seguimiento hay situaciones que se nos vuelven una carga, nos provocan angustia e impotencia y nos hacen sufrir; los cambios no llegan y la respuesta a nuestra oración es el silencio. Fijar nuestra mirada en Jesús crucificado para sacar algo de luz en la coyuntura nos permite descubrir que, incluso en esas circunstancias, Dios nos visita, nos sostiene y acompaña. Jesús-Emmanuel es Dios-con-nosotros hasta el fin de los tiempos y su Espíritu “gime en nuestro interior e intercede por nosotros con gemidos inefables”[32]. ¿Cuántas veces lo hemos enseñado a los demás? ¿Por qué nos cuesta tanto aplicarlo a nosotros mismos?

3.1. Las Heridas QUE nos Hacen Daño

En ocasiones nuestra cruz se parece al aguijón del que habla san Pablo en su segunda carta a los corintios; una situación personal que lo lleva a valorarse a sí mismo y a Dios desde una perspectiva de mayor humildad, de un modo más adecuado[33]. Ponerle nombre a lo que nos hiere, compartirlo con algún hermano que pueda comprendernos y ayudarnos, permitir que otros nos ayuden a asumir, a integrar las distintas facetas de nuestra vida dándole mayor solidez, aprender a contemplar lo que somos con la mirada de Jesús, con confianza y misericordia, puede aligerar el peso de nuestra cruz.

Hay situaciones en las que necesitamos de los demás porque solos no las podemos afrontar, sino todo lo contrario: se vuelven más evidentes cuanto más pretendemos ocultarlas porque suele suceder con frecuencia que cuando andamos heridos, sin querer o a propósito, también lastimamos a los demás. “Lo que no se asume no se redime” dice san Atanasio. Y las barreras con las que pretendemos resguardarnos de los demás son las mismas que nos aíslan y nos colocan en las antípodas de lo que queremos y estamos llamados a ser; porque nosotros libremente hemos elegido vivir nuestro seguimiento de Jesús en comunidad siendo testigos gozosos del Evangelio.

3.2. Las Inconsistencias Que no nos Dejan Crecer

En otras ocasiones, la cruz son ciertas inconsistencias psicológicas relacionadas con inmadureces, fijaciones o tendencias personales inconscientes, adicciones o dificultades de orden moral -propias o ajenas- que, aunque no siempre lleguen a ser patológicas, dificultan nuestro seguimiento de Jesús e impiden nuestro crecimiento espiritual porque no nos permiten vivir de acuerdo con los criterios del Evangelio ni, mucho menos, elegir a Cristo por encima de todo o seguirlo como desearíamos o como lo proclamamos abiertamente.

Se vuelve necesario que vivamos con transparencia estas situaciones y que las encaremos en el diálogo fraterno porque no solo inciden sobre nosotros, sino que también pueden afectar a terceras personas, dentro y fuera de la comunidad. Es imprescindible que estemos dispuestos a acompañar a los hermanos que viven estas situaciones o que nos dejemos acompañar, espiritual o psicológicamente, por alguien que nos ayude a discernir el tipo de afección que nos frena y su modo de proceder o a descubrir los influjos del inconsciente en la vida espiritual para trabajar en ellas mediante el acompañamiento espiritual y la terapia adecuada. Cuando no reaccionamos a tiempo nuestro dinamismo se debilita y las llamadas y opciones por las cuales creímos un día que valía la pena dejarlo todo para seguir a Jesús en la Congregación dejan de tener sentido.

3.3. Las Enfermedades Que nos Limitan

Otras ciertas oportunidades la cruz es una enfermedad que nos afecta. Cuando la dolencia es física se impone por sí misma y, aunque la cruz sea pesada, tenemos herramientas o alentamos esperanzas que nos tensionan positivamente para salir adelante. El proceso de identificación con el Cristo sufriente, por duro que fuere, se presenta más simple de objetivar y de asumir. Pero cuando la enfermedad afecta nuestro psiquismo todo se vuelve más complejo y difícil de sobrellevar personal y comunitariamente.

Las CC nos señalan cómo y hacia dónde avanzar tras las huellas de Jesús cuando la enfermedad irrumpe en nuestras vidas[34]. Al confrontarnos con sus indicaciones, también acuden a nuestra memoria algunos hermanos que han encarnado estos valores transformándose en ejemplo de lucha o de aceptación y entrega a Dios hasta el final de sus vidas. Nuestra solicitud e interés, la visita y el diálogo fraterno, o la cercanía y cariño -incluso a través de las nuevas tecnologías cuando no es posible hacerlo personalmente- nos brinda la oportunidad de compartir el peso de nuestras cruces, así como Simón de Cirene ayudó a Jesús en su camino al calvario.

3.4. La vejez que nos resitúa en la vida

Otras veces la cruz se presenta cuando vamos experimentando el paso del tiempo y envejecemos. Poco a poco nos vamos retirando progresivamente de los ámbitos de responsabilidad y de toma de decisiones y nos vamos relegando a los márgenes de la comunidad y de la vida social a la que estábamos acostumbrados. Vamos tomando consciencia del desapego que nos provoca la falta de relaciones y sentimos cierto abandono, soledad y aislamiento.

Envejecer, como todas las otras etapas de la vida que atravesamos no es algo sencillo, sino que conlleva ciertas tensiones e implica desarrollar algunas tareas o cualidades. Para Erikson, las personas mayores debemos resolver la tensión existente entre un yo integrado, en el cual la vida toda se contempla como todo significativo, por una parte, y la desesperanza, en la cual uno quisiera desandar lo andado y tomar otro camino, pero ya no hay tiempo. Desde esta misma perspectiva, Havighurst indica algunas de las tareas propias de esta etapa: adaptarnos a una fuerza física y salud en declive, a la jubilación y la disminución de los ingresos, a la muerte de los pares, establecer una afiliación explícita con el propio grupo, adoptar y adaptarnos a roles sociales de manera flexible y establecer un hábitat físico de vida satisfactorio. La cualidad por cultivar es la sabiduría que no es simple consecuencia de los años[35].

3.5. Las Dificultades Comunitarias Que Nos Invitan a Madurar

En ocasiones la cruz que tiene que ver con las dificultades comunitarias que nunca faltan. Nuestras Constituciones señalan que el amor a Dios y el amor a los hermanos es el don primero y más necesario de la comunidad misionera y el XXV Capítulo General nos la presenta como “palabra evangelizadora”[36]. Sin embargo, no pocas veces el clima comunitario se ve enrarecido y la familiaridad a la que estamos llamados es difícil de alcanzar.

Hemos abordado ya y de modo más acabado las cuestiones del liderazgo y la organización de la comunidad o de la transformación de conflictos y el necesario perdón y reconciliación en la comunidad misionera; no es necesario ahora volver sobre estos aspectos, pero sí es importante remarcar que la comunidad es un don que construimos cada día con nuestras actitudes.

3.6. Las Persecuciones Por Causa de la Misión nos Que nos Colocan en la Perspectiva de las Bienaventuranzas

Finalmente, la experiencia de la cruz puede ser una consecuencia del mismo seguimiento de Jesús que profesamos y de la misión que llevamos a cabo. Entre nosotros, la persecución y el hostigamiento por la causa del Evangelio tuvo sus primeros frutos en nuestro fundador y padre, San Antonio María Claret y es una nota característica de nuestra identidad misionera[37]. La Santa Sede, respondiendo a una solicitud de nuestra Congregación, ha establecido que el 1 de febrero podamos honrar la memoria de nuestros mártires que han ofrecido su vida perdonando a sus victimarios por amor a Cristo y a María, a la Congregación, las misiones y a todo el género humano, por fidelidad al Evangelio.

Atravesar esos pasajes de angustia, tribulación y muerte por causa del Reino de Dios, con el corazón anclado en Jesús y su Palabra, no solo es algo del pasado sino una nota característica de la iglesia de nuestros días y también de algunos contextos actuales donde la Congregación “comparte las esperanzas y los gozos, las tristezas y las angustias de los hombres, principalmente de los pobres, con la pretensión de ofrecer una estrecha colaboración a todos los que buscan a todos los que buscan la transformación del mundo según el designio de Dios”[38].

CONCLUSIÓN: COMBATE, VIGILANCIA, DISCERNIMIENTO Y ACOMPANAMIENTO FRATERNO

Tanto la misión como la llamada a la santidad arraigan en nuestra condición de bautizados y son intrínsecas a ella. El papa Francisco nos enseña una nueva clave misionera cuando nos indica que “yo soy siempre una misión” y que “todo bautizado y bautizada es una misión”, desde el principio hasta el fin de nuestra vida[39]. Nuestra profesión claretiana acentúa esta condición por las características de la Congregación en la cual profesamos.

Ahora bien, el camino de santidad que la Congregación nos propone a todos sus hijos como un ideal a alcanzar en la vida, requiere de “un combate permanente, de fuerza y de coraje”; tanto para resistir los acosos del Maligno como para dejarnos transformar por el Espíritu de Dios y arraigar en Cristo, para permanecer unidos a Él sabiendo que el Señor combate a nuestro lado y a favor nuestro[40].

En esta lucha, el discernimiento espiritual es un don extraordinario que debemos suplicar a Dios y, al mismo tiempo, un arte que debemos aprender y cultivar incorporando a la oración lo que nos enseñan las ciencias humanas y la Iglesia. De este modo podremos discernir lo que proviene de Dios, podremos conocernos mejor a nosotros mismos, responder con diligencia filial a Dios y seguir andando juntos, en comunidad de discípulos misioneros[41].

La solidaridad y acompañamiento fraterno están llamados a cobrar cada vez más relevancia en nuestras vidas como fruto de la vocación que compartimos, el amor recíproco que estamos llamados a cultivar entre nosotros y el cuidado y solicitud que nos debemos y que enseñamos a los demás[42].

 

PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL Y COMUNITARIA

  1. ¿Qué heridas de mi historia han sido o son difíciles de integrar? ¿Cómo me afectan actualmente? ¿Trabajo en ella para asumirlas y transformarlas en fuente de vida para mí mismo y para los demás?
  2. ¿Cómo nos ayudamos unos a otros a superar las inconsistencias que limitan nuestro seguimiento de Jesús en comunidad? ¿Qué cosas o actitudes podríamos reforzar para comprometernos con nosotros mismos y con nuestros hermanos?
  3. ¿Qué es lo más difícil de aceptar cuando otros quieren acompañarnos o cuando nos toca a nosotros acompañarlos, cuando nos toca cargar con la cruz de la enfermedad? ¿Por qué consideras que es algo difícil? ¿En qué actitudes deberíamos crecer para revertir estas situaciones?
  4. ¿Cómo me predispongo a acoger a los hermanos con quienes convivo? ¿Qué actitudes mías lesionan la fraternidad misionera y necesitan ser revisadas? ¿Cómo me ayuda en la construcción de la comunidad reconocer mis cualidades y límites con sinceridad? ¿Cómo puedo mejorar el diálogo de modo que nos tensione positivamente hacia una comunidad más fraterna y evangelizadora?
  5. ¿Cómo apoyamos concretamente a nuestros hermanos que sufren persecución o son calumniados a causa de la misión? ¿Cómo son nuestras actitudes hacia ellos? ¿En qué se nota que nos interesa lo que viven, lo que sufren como consecuencia del Evangelio que anuncian?

NOTAS

[1] Cf. LG 42-44.

[2] VC 16.

[3] Cf. CC 2.

[4] Cf. CC 39.

[5] Cf. George Lanithottam CMF, “La natura, le manifestazioni e le sfide della santità cristiana. Una lettura di sintesi dell’esortazione apostolica Gaudete et Exsultate”. En Claretianum ITVC, n. s. 10, t. 59 (2019) 275-295.

[6] Cf. GE 2; 177.

[7] Cf. GE 1-2; 176-177.

[8] Cf. GE 3-34.

[9] Cf. GE 35-62.

[10] Cf. GE 63-109.

[11] Cf. CC 4 § 2.

[12] Cf. GE 110-157.

[13] Cf. GE 158-175.

[14] Cf. Misioneros Claretianos, Declaración del XXI Capítulo General “Servidores de la Palabra”. Roma 1991. Número 14, 1; Misioneros Claretianos, Nuestro Proyecto de Vida Misionera. Comentario a las Constituciones Claretianas. Tomo I, Constitución Fundamental. Roma 1991. Página 87.

[15] GE 94.

[16] Ro 14, 7.

[17] GE 128.

[18] Flp 4, 13.

[19] GE 142.

[20] Cf. Ro 8, 26s.

[21] Cf. Gen 17, 1; GE 1, 2, 4, 8, 17, 54, 107.

[22] Cf. GE 8, 24, 63, 136.

[23] Cf. GE 8, 9, 15, 18.

[24] Cf. GE 4, 5, 8, 9.

[25] Cf. GE 4, 8, 18, 54, 109.

[26] Cf. GE 19-31, 58.

[27] Cf. GE 59-62.

[28] Cf. GE 63-65, 69-94.

[29] Cf. GE 96-97.

[30] Cf. Jn 10, 10; GE 108-109, 112-115.

[31] Cf. GE 174-175, 139-145, 147-157, 176.

[32] Cf. Mt 1, 23; 28, 20; Ro 8, 26.

[33] Cf. 2Co 12, 7-10.

[34] Cf. CC 45.

[35] UNIVERSITAT DE BARCELONA. VILLAR, F. Proyecto Docente. Capítulo 12. Desarrollo Adulto y Envejecimiento desde un Punto de Vista Sociocontextual. Disponible en: <http://www.ub.edu/dppsed/fvillar/>. Acceso: 21 jul. 2018. Pág. 760-761.

[36] CC 10; MS 46.

[37] Cf. Aut. 494; CC 44.

[38] CC 46.

[39] Cf. Francisco, Bautizados y Enviados: la Iglesia de Cristo en misión en el mundo. Mensaje del Santo Padre Francisco para la Jornada Mundial de las Misiones 2019. Ciudad del Vaticano, 2019. Disponible en: http://www.vatican.va/content/francesco/es/messages/missions/documents/papa-francesco_20190609_giornata -missionaria2019.html – Acceso: 16 jun. 20.

[40] Cf. GE 158, 161-162.

[41] Cf. GE 162.

[42] Cf. CC 29; Aut. 441.