2. La comunidad “oikos”

Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común” – Hechos de los Apóstoles 4, 32.

“En virtud de la común vocación que hemos asumido, nuestra Congregación comprende a todos los miembros y a todas las Comunidades. Sin embargo, cada uno de nosotros, manteniendo aquella disponibilidad propia de la naturaleza universal de la Congregación, se asocia con los hermanos por medio de la vida familiar y el ministerio en una comunidad local” – Constituciones, 10.

INTRODUCCIÓN

La misión configura nuestra comunidad, como comunidad de testigos y mensajeros. Los cuatro números (69-72), que el MS dedica a la comunidad, no solo hablan de la comunidad en cuanto tal, sino que integran lo que –en documentos capitulares anteriores- formaba otros apartados: gobierno y economía. Ahora, sin embargo, todo se integra en la comunidad, o mejor en la oikós: la comunidad-oikos, la oiko-nomía y el liderazgo o gobierno de la casa-familia.

Este planteamiento se encuentra en sintonía con la llamada a la “conversión ecológica” u “oikológica” del Papa Francisco en la encíclica “Laudato Sí” a la que quiere responder la Congregación.

Nuestras comunidades son “casa-misión” dentro de la gran casa de la Congregación, o como dice MS, 70, “casa y escuela de comunión”. Ésta es casa dentro de la gran Casa de la Iglesia; y la Iglesia dentro de la casa de nuestro planeta, “casa común”.

Cuando se constituye una comunidad religiosa, ¿en qué se piensa? ¿En el “qué”, en el “cómo”, o en el “por qué”? Como dice Simon Sinek, lo más importante, lo más carismático es comenzar con el “porqué”[1]. Dividiremos esta reflexión, por tanto, en cinco partes: 1-3) Los tres porqués que nos ofrecen la razón de ser de nuestra comunidad: 4) Ser “oikos”: la casa-familia: 5) Comunidad “oikos”, “presencia misional”

1. El primer “por qué” de la Comunidad: Formar parte de la gran “biocenosis”

El primer porqué nos lleva a pensar que nuestro planeta es el hábitat de millones y millones de comunidades. Allí donde los seres humanos vamos, allí creamos comunidades. Las comunidades nos dan identidad, nos definen: mi tribu, mi familia, mi ciudad, mi trabajo, el club al que pertenezco, mi escuela, mi iglesia, mi templo… mi comunidad “on line”. Hay además comunidades de seres vivientes. La ecología nos habla de “biocenosis” -comunidades de vivientes- y de “biotopos” -lugares donde están los vivientes-. El campo semántico de la palabra “comunidad” se extiende en nuestro tiempo y para aplicarla con muchísima frecuencia al mundo de los negocios, de la política, de la universidad, del arte, de las nuevas tecnologías.

En la vida consagrada vivimos ordinariamente en comunidad. En los inicios hablábamos de “ceno-bios”, que es la misma palabra que “bio-cenosis”. Los niveles de satisfacción por parte de quienes las formamos, sin embargo, no es hoy, ordinariamente, muy elevado. A pesar de la extraordinaria resistencia de la institución comunitaria, el grado de disfrute y de pertenencia no es -sin embargo- demasiado alto. Se le atribuye a san Juan Berchmans (1599-1621) aquella frase “mea maxima poenitentia vita communis (mi máxima penitencia es la vida común)”. ¿Deberá ser así? ¿Sigue siendo así?

Nuestras comunidades locales y provinciales necesitan entrar en una nueva fase de re-organización interna, de genuina refundación; y no para hacer más difíciles las cosas. Propio de la “innovación” es siempre facilitar, hacer todo más sencillo, más accesible, posibilitar lo que por diversas circunstancias parece imposible. Y una vez más nos podemos preguntar: ¿cuál es el auténtico porqué de una comunidad de vida consagrada?

2. El segundo “por qué” de la Comunidad: casa-morada de la Trinidad

Trinidad Sao“Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él”[2].

El segundo porqué de la comunidad es su vocación a ser casa de Dios, templo del Espíritu, morada de la Trinidad.

Dios es comunidad trinitaria, y una comunidad en incesante y misteriosa correlación, que los Padres de la Iglesia expresaron con la palabra “perichóresis”. Esta palabra nos habla de una permanente “mutua relación”, de la danza divina en la cual cada persona se vuelca en la otra y se define dándose y recibiéndose[3]. En la vida consagrada la comunidad pretende ser “imago Trinitatis”, como la Iglesia. Es una comunidad elegida por Dios (¡acontecimientos vocacionales!), que no nace de la cerna ni de la sangre, sino del Espíritu. La mantiene unida el hecho de que sus miembros comparten un mismo carisma con el que han sido agraciados y desde él la misión compartida con la Santa Trinidad.

Ser comunidad “ad instar Trinitatis” es gracia y arte. Es un don, que sólo se aprecia cuando se cultiva y uno está dispuesto a dejarse penetrar y transformar por él. El siguiente porqué nos ayudará a comprender mejor esta misteriosa perspectiva. Las tres personas de la Trinidad comparten la tres grandes causas a favor del ser humano y del cosmos: la creación, la redención, la santificación: las tres bellas y fantásticas “causas divinas” que confesamos en el “Credo”.

La comunidad “según el modelo trinitario” es siempre comunidad de diversidades en correlación. Se trata de una comunidad “en danza”, es decir, en la cual se crean espacios abiertos para las interacciones y el aprendizaje desde las diversidades culturales, generacionales[4].

Lo que construye una comunidad, o la genera, no es el grupo bien programado –aunque e esto es importante–, sino, sobre todo, las interacciones dentro de él. El Espíritu de la diversidad carismática y de la comunión es acogido en toda auténtica comunidad cristiana[5].

3. El tercer “por qué” de la Comunidad: compartir entre todos y con todos una gran “causa ética” (Ethos)

El tercer porqué se encuentra en lo que podemos llamar un “ethos compartido”. Y al hablar así nos referimos a una causa ética por la que merece la pena entregar la vida, compartirla unos con otros, apasionarse: se trata de aquella causa por la que merece la pena luchar y en la que todos los que formamos la comunidad nos vemos implicados. Hay quienes, por ejemplo, se aúnan con otros por la causa de los niños (“save the Children”); hay quienes luchan por la causa de la hospitalidad (“save hospitality”). Y es aquí donde cada comunidad se ha de preguntar por la causa misionera que la reúne y la configura. Es nuestra “razón de ser” carismática: el carisma misionero-claretiano, porque nuestro espíritu es para todo el mundo.

Contemplado el carisma desde una perspectiva laica, es como una “auténtica causa ética” por la que cada instituto de vida consagrada se compromete y lucha. El ethos compartido genera comunidades abiertas que se integran dentro de una red, o redes de acción transformadora. Todo auténtico carisma contiene un elemento “mágico” no fácilmente descriptible que enamora, asombra, polariza, que hace soñar y moviliza para que los sueños se hagan realidad. Lo que se expande y contagia no es una teoría sobre el carisma, sino su magia misteriosa, que apasiona. Lo que constituye una comunidad no es el trabajo que realiza, sino aquello que la aglutina mágicamente para que sus miembros caminen juntos, codo con codo, hacia una meta común.

Quienes compartimos el mismo “ethos”, el carisma, somos personas diferentes, libres, imprevisibles. La complejidad de nuestra libertad es tal que de ella no podemos esperar resultados ciertos. El arte de crear comunidades no genera certidumbres. Una comunidad es un entramado de libertades, que nos introducen en el mundo de la complejidad imprevisible. No somos un grupo de robots programables. Por eso, el arte de la formación de una comunidad va más allá de la mera programación y sus resultados son siempre imprevisibles.

Lo que construye una comunidad o la genera, no es el grupo bien programado –aunque esto es importante-, sino, sobre todo, las interacciones dentro de él. El Espíritu de la diversidad carismática y de la comunión es acogido en toda auténtica comunidad cristiana.

Dios está activo y vivo en el mundo, en las congregaciones y en la misma gente.

4. Ser “Oikos”: la casa-familia

Nuestro último capítulo general nos dice que:

“ser comunidad es un verbo y no solo un nombre. Es acción, es proceso. Es una gracia que hay que suplicar, cuidar y permitir crecer, no solo una conquista de nuestro esfuerzo”[6].

Entraremos en “Procesos de transformación” siendo comunidad y viviendo como auténticos hermanos, “como hijos del corazón”, acogiendo la presencia del Padre y de la Madre que nos hermanan, del único Maestro que nos hace discípulos y nos alegra con su Presencia y del amor del Espíritu que se derrama en nuestros corazones” (MS, 69). Por eso, el capítulo general último integró en el apartado de la comunidad, también la economía (oikos) y entendió el liderazgo como gobierno de la casa familiar.

“Oikos” es la palabra griega para hablar de la familia extendida que funciona con un objetivo (propósito) común. En la Iglesia primitiva el discipulado y la misión giraban siempre en torno al florecimiento de la “oikos”. Ella fue el vehículo que facilitó la dinámica de las relaciones y posibilitó que la iglesia sobreviviera en medio de la persecución y las dificultades durante cientos de años. La “oikos” fue para las comunidades del Nuevo Testamento un auténtico centro de misión[7].

La “oikos” era, así mismo, el centro litúrgico: la familia extendida se reunía en torno a la Mesa para la “acción de gracias”, para celebrar la eucaristía. Era el lugar y el momento de la reunión comunitaria de los convocados; pero era también el punto de lanzamiento misionero.

Nuestras parroquias (par-oikia) nos remiten a la misma perspectiva: la casa familiar que se reúne, ora, comparte, y después se proyecta en la misión. Cuando casa iglesia local es auténtica “Oikos” sobrevive ante las amenazas, supera cualquier tipo de persecución o dificultad.

Las sociedades occidentales han ido perdiendo a lo largo de estos últimos cien años Occidente el sentido de la familia extendida. La casa es la casa de la “familia nuclear” y no pocas veces la “casa monoparental” a causa de tantos divorcios. Y como resultado, ahí está la soledad, la depresión, el stress y la super-ocupación. Mucha gente siente que sobreviven sumergidas en el mar de inmensas tareas con la cabeza emergiendo del ahogo y buscando ansiosamente cómo dar sentido a su vida. Crear “familias extendidas” está detrás del sueño y proyecto de la “gran casa común” y de los movimientos “ecuménicos”, “ecológicos” y “económicos”: ¡todos ellos nos hablan del proyecto de “casa” (oikos)! ¿Porqué no comenzar este sueño ya en nuestras comunidades-casa?

5. Comunidad-oikos, “presencia misional”

Hablar de la comunidad como “presencia misional” es referirse, ante todo, a la Iglesia- “oikos”, como familia extendida “en misión”: en ella cada uno de sus miembros contribuye a la misión y cada uno es por la comunidad sostenido y apoyado. Quienes seguimos a Jesús tenemos la oportunidad de reconstruir la sociedad por medio de familias extendidas, es decir, comunidades basadas no en la carne ni en la sangre, sino en Jesús[8].

Ser iglesia “oikos” es algo que hay que aprender: ser familias que funcionan juntas en misión con Dios. La comunidad como “oikos” es la propuesta del Espíritu de Dios para nuestro tiempo, para la vida consagrada, para la misión de Dios en nuestro tiempo que intenta restaurar la habilidad de la iglesia para dar mucho fruto.

El objetivo no es hacer funcionar un programa llamado “comunidad misional”, sino aprender cómo funcionar siendo familia extendida en misión[9]. Es algo que cualquiera puede aprender. La “oikos” es el vehículo que nos lleva. Pero es necesario saber “hacia dónde” y “cómo conducirla, liderarla”. ¡Nunca olvidemos que un pequeño grupo de gente entregada seriamente puede cambiar el mundo!”

El auténtico porqué no es aquello que la comunidad hace por Dios, sino lo que Dios hace por la comunidad, con ella y a través de ella. Dios tiene un plan providencial sobre cada comunidad. Ese plan debe ser discernido, acogido y proyectado después como presencia misionera en cada contexto en que la comunidad se sitúa: cultura, sociedad, pueblos, ciudades, vecindarios, caminos, redes y comunicaciones.

Nos preguntamos: pero ¿qué tipo de presencia? Y la respuesta es: “misional”. El adjetivo “misional” recibe diversos significados: para unos, hace referencia a las “misiones” tal como tradicionalmente se han entendido; misional se refiere a lo que la Iglesia hace por los no cristianos, los alejados, los pobres; para otros, “misional” es simplemente la última moda inventada para hacer crecer a la Iglesia (en el ámbito de algunas iglesias de la Reforma); finalmente, el término “misional” hace referencia a algo básico y profundo: a lo que la Iglesia es, a su ser más íntimo. Y solo, desde ahí, se comprende el sentido de lo que la Iglesia hace.

Hay, pues, dos formas de presencia cristiana y religiosa: a) una, que se caracteriza por la presencia de Iglesia: y responde a lo que la Iglesia “hace”: esta forma de presencia es la más frecuente; la sociedad nos reconoce como gente de iglesia, gente de religión por lo que hacemos; b) hay otro tipo de presencia que es la “misional”: ¡no digo misionera para distinguirla de la presencia “misionera” en el sentido más clásico!; “misional” se refiere a la presencia de Iglesia que transparenta la “Misión de Dios”, lo que Dios está haciendo y cómo lo está haciendo; es la comunidad testigo de la acción del Espíritu de Dios.

El primer modelo de presencia es eclesio-céntrico. El segundo es teo-céntrico y trinitario. En el paradigma eclesio-céntrico la comunidad queda configurada por sus propias acciones, servicios, proyectos a favor de Dios y de su Reino. En el paradigma teocéntrico la comunidad se deja configurar por la “missio Dei”, o “missio Spiritus”: su objetivo es “dejar a Dios ser Dios” en medio de nuestro mundo y colaborar con Él en la medida en que Dios se lo pida. Este modo de presencia de una comunidad cristiana o religiosa es el gran recurso de nuestro Dios para la evangelización de la sociedad.

Es la “Missio Dei” – misión que tiene a nuestro Dios-Trinidad como gran protagonista- la que configura y ofrece la razón de ser la comunidad. La misión divina florece como “reino de Dios”, ya presente en el mundo. Pero no es que Dios lo haga todo: la Iglesia es llamada a ser “cómplice”, “agente”, colaboradora de la Missio Dei y no la actriz principal. La misión no se realiza, sin más, construyendo iglesias, creando comunidades eclesiales, fundando comunidades religiosas en determinados lugares. De lo que se trata no es de comunidades que “hacen”, que protagonizan la misión; sino de comunidades afectadas, comprometidas con la Misión que el Espíritu está realizando por doquier. David Bosch reconoció, citando a Jürgen Moltmann, que emerge un paradigma ecuménico y misionero”:

“Hoy uno de los más fuertes impulsos para la renovación del concepto teológico de Iglesia proviene de la teología de la misión”[10].

“Hay en la Iglesia unidad de misión y pluralidad de ministerios”. Por eso, en una comunidad no hay diversas misiones, sino una sola. Lo que sí hay son diversos ministerios. La educación o la sanidad no son dos misiones distintas, sino dos ministerios al servicio de la única misión. Por lo tanto, una comunidad configurada por la misión puede estar formada por personas que la llevan adelante desde diversos ministerios. El elemento unificador de la comunidad es la “única misión”.

Una comunidad misionera no se confunde con el grupo de aquellas personas a las que se les ha confiado una tarea, un ministerio. Lo propio de una comunidad de discípulos y misioneros es que todos, sin la menor excepción, se saben y sienten, colaboradores y cómplices de la misión del Espíritu. Por eso, es muy importante reconocer en cada comunidad los grupos ministeriales.

Para la reflexión personal y comunitaria

  1. ¿Somos conscientes del “porqué” formamos esta comunidad? No basta responder al qué: los que la formamos. No basta responder al “cómo”: nuestras características comunitarias. Es necesario responder al “porqué” más misterioso, que encuentra su raíz en nuestro Dios.
  2. ¿Hacemos a veces la experiencia de que somos morada de Dios, templo del Espíritu? ¿Es verdad que sentimos que allí donde dos o tres estamos reunidos en su nombre el Señor está en medio de nosotros?
  3. ¿Podemos decir que nuestra comunidad es una familia de Dios que se hace presente en el contexto en el que está ubicada? ¿Nos ven y experimentan quienes nos rodean como “presentes” o “ausentes”?

Notas

[1] Cf. Simon Sinek, Start woth Why. How great leaders inspire everyone to take action, Penguin, 2011.

[2] Jn 14, 23.

[3] Cf. Richard Rohr, Danza divina. La Trinidad y tu transformación, Whitaker House, 2017.

[4] Cf. Alessio Surian (ed), Open spaces for interactions and learning Diversities, Sense Publishers, Rotterdam, 2016. C. Otto Scharmer, Teoría U: liderar desde el futuro a medida en que emerge, Elefthería, Madrid 2017.

[5] Para Newbigin, la Iglesia debe ser entendida como “creación del Espíritu Santo”. Ella existe en el mundo como un signo del reino creador y redentor de Dios, que está presente en el mundo. La Iglesia actúa como señal anticipatoria del futuro escatológico de Dios y del Reino redentor que ya ha comenzado. Al mismo tiempo, la Iglesia actúa como un instrumento del liderazgo del Espíritu para que surja el Reinado redentor en todas las dimensiones de la vida: J. E. L. Newbigin, The Open Secret: An Introduction to the Theology of Mission, B. Eerdmans Publishing, 1995; cf. Craig van Gelder, The essence of the Church: A Community created by the Spirit, Baker, Grand Rapids, 2000.

[6] MS 69.

[7] La casa familiar era el espacio de las relaciones padre, madre, hijos, esclavos, trabajadores, negocios, asociados. La “Iglesia de la casa” (Filemón, 1 Cor 16, 19; Rom 16, 6; Filp 2). Una dificultad era que las “oikós” estaban separadas unas de otras y también económicamente, de ahí la palabra “oikonomía”. Si –según se pensaba- compartir recursos podría arruinar a la propia casa, el Nuevo Testamento defendía otro modelo: el de compartir recursos, enseñanzas, el de la koinonía. Y todas las cosas bajo el único Pater Familias que resucitó a Jesús de entre los muertos. Cf. Mike Breen Leading Misional Communities: rediscovering the power of living in mission together, Pete Berg, 2013.

[8] Craig van Gelder, The Ministry of the Missional Church: A community led by the Spirit, Baker, Grand Rapids, 2007.

[9] Cf. Mike Breen, Leading Missional Communities: Rediscovering the power of living in mission together, Pawleys Island, 3 Dimension Ministries, 2013.

[10] J. Moltmann, The Church in the power of the Spirit, London, SCM Press, 1977, p. 7.

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El hogar de Dios

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¿Has pensado en tu comunidad como la morada de Dios? En este video se explica el concepto de Dios ce la biblia y la relación entre el cielo y la tierra. Vean cómo pueden aplicar las diferentes capas del significado de templo a los diferentes niveles de nuestra vida en común (comunidad, provincia, congregación, Iglesia, humanidad y toda la creación).