9. Perdón y reconciliación en la comunidad

“Si os enojáis, no pequéis; no se ponga el sol mientras estáis enojados”– Ef. 4:26.

“Recuerde cada uno sus pecados y defectos y reconozca íntimamente la propia dependencia de Dios. Exprese este conocimiento en el modo de actuar y en sus relaciones con los demás. Confiese sus errores y defectos, pida perdón a los hermanos y présteles los servicios de caridad, de modo que esté en medio de los hermanos como quien sirve – CC 41.

Introducción

Guaj Mirim Ro Br SeminarioLa alegría de vivir y ser misión en comunidad a menudo se erosiona por sentimientos heridos, conversaciones ofensivas, chismes y retirada. Las personas heridas tienden a herir a otros. Las diferencias personales pueden convertirse gradualmente en una “guerra fría” o un conflicto abierto, a menos que las heridas sean tratadas con el bálsamo del perdón y con la práctica de la reconciliación. Tómate un momento para recordar una experiencia de haber sido herido por alguien. Piensa en dos o más personas con las que tengas dificultades para relacionarte libremente y recuerda haber sido herido. ¿Pudiste perdonar y olvidar las heridas? Probablemente no. ¿Qué haces con tus heridas, como misionero, discípulo del Señor? ¿Cómo tratas a un hermano que alberga sentimientos heridos por ti? Las relaciones tensas son de hecho un drenaje de vida en la comunidad. Volvamos a la palabra de Dios para aprender el arte de reparar las relaciones a través del perdón y la reconciliación.[1]

El perdón no suprime el suceso o su impacto en nosotros completamente, como si no hubiese pasado nada. El amor quita la espina de la ofensa que genera venganza y desquite. Incluso tras la reconciliación, a uno le puede resultar difícil confiar de nuevo en el otro. Existe la posibilidad de que el otro me hiera de nuevo y de que yo le hiera también en el futuro. Sin embargo, el perdón nos lleva a vivir nuestra identidad más profunda como hijos de Dios. Nos acercamos al espíritu de Cristo, que se atrevió a amar hasta el final,[2] aceptando el riesgo de ser traicionado por un discípulo de confianza, abandonado por sus amigos, burlado por quienes servía y crucificado con dos notorios criminales. Desde la profundidad de su sufrimiento, él oró lo que enseñaba: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”.[3]

Reflexionamos sobre el tema del perdón desde las perspectivas Judía, Cristiana y las nuestras Claretianas y sacamos algunas enseñanzas para nosotros.

1. LA PERSPECTIVA JUDÍA

Dondequiera que haya seres humanos, no podemos evitar algunos malentendidos y dificultades. Pero tenemos la gracia para dominar estos malentendidos cuando surgen.[4] No es de extrañar que Pedro se acercara al Señor para averiguar cuántas veces tenía que perdonar a su “hermano.”[5] Casi todas las personas han experimentado lo difícil que es perdonar o incluso buscar la reconciliación. Sin embargo, es necesario perdonar y reconciliarse para vivir una vida pacífica y de comunidad fraterna. Lo que sigue es una reflexión de la rabina Ángela Buchdahl.

En su lecho de muerte, un soldado nazi pidió perdón a un judío. Pero el judío se alejó del soldado, que murió al día siguiente sin recibir el perdón. ¿Por qué? La rabina Ángela Buchdahl responde[6] que el perdón no es automático. Uno debe pedir perdón a la persona directamente agraviada. Hacer la paz en el corazón o con Dios sólo no es suficiente. Para los pecados entre una persona y Dios, la expiación de Yôm kippür [7] es suficiente, pero no entre persona a persona; uno tiene que apaciguar a la otra, para un perdón efectivo. La buena noticia es que Dios perdona. Sin embargo, la mala noticia es que la mayoría de nuestros pecados no están dirigidos a Dios. La enseñanza judía es que solamente con un encuentro personal con el ofendido, podemos arrepentirnos verdaderamente.

Desde la perspectiva judía, nadie tiene autoridad para perdonar los pecados cometidos contra otras personas, ni siquiera Dios reclama esa autoridad.[8] Esto subraya el deber que tenemos de buscar la reconciliación personalmente por las más mínimas lesiones que nos hacemos cada día. Pedir perdón y reconciliación implican también una resolución para no (al menos dentro de nuestros límites) repetir tales conductas (errores). El perdón completo puede tardar meses o incluso años en darse. Por lo tanto, la norma judía para el perdón exige que nos disculpemos personalmente, nos comprometamos a no repetir el error y debemos cambiar de actitud. ¿Y si no nos perdonan? Debemos ir a buscar el perdón una y otra vez, tres veces. Tres veces indica lo difícil que es para que se dé el perdón auténtico. Y si la persona ofendida se niega a perdonar un auténtico acto de reconciliación por parte del ofensor, entonces lo malo del pecado cometido pasa del ofensor al ofendido; el ofendido se convierte en un pecador. El perdón no es principalmente algo más que estás dando, sino que se trata de lo que tú mismo te das. Es una decisión de cómo quieres vivir, es tomar el control de cuánto poder permites que el pecado de otra persona tenga sobre ti. En resumen, la rabina Ángela dice gráficamente: “Aferrarse a la ira es como beber veneno y esperar que el otro muera.”

El perdón no llega en un instante, es un proceso. En este proceso, nuevos y auténticos interrogantes nos golpean con respecto al remordimiento del ofensor, reviviendo el dolor de estar ofendidos cada vez que le vemos, etc. Las últimas preguntas podrían ser: “¿Por qué me aferro a esta ira?” “¿Qué carga tendré que soportar si no perdono?” “¿Podría el perdón ser una puerta de entrada a una mayor paz?”

Se dice entre los judíos, que mientras Dios asciende al trono del juicio, ora. ¿Qué es por lo que Dios ora? Ora por compasión y p ara poder dejar la ira, para poder ser más indulgente. El perdón es un intento y esperanza; el perdón es una oración.

2. LAS PERSPECTIVAS CRISTIANAS Y CLARETIANAS

Ya que tenemos raíces en el judaísmo, vale la pena considerar la perspectiva judía ahora de nuestra espiritualidad cristiana y Claretiana. Cuando ofendemos a otro, también ofendemos a Dios,[9] y para conseguir el perdón divino, debemos ser perdonados por nuestros hermanos y hermanas a quienes ofendemos;[10] si nos perdonan, así es en el cielo. Se insiste en el diálogo, un diálogo cara a cara o una confrontación fraterna. Y un Claretiano, a quien la constitución anima a ofrecer el Sacrificio de la Eucaristía diariamente,[11] también debe estar familiarizado con la enseñanza del Evangelio de que, antes de ofrecer el sacrificio en el altar, debemos reconciliarnos con nuestros hermanos.[12]

El perdón es en efecto un proceso[13] visto desde la perspectiva judía, y a menudo hemos reducido este pasaje al sacramento de la reconciliación.[14] Aunque Jesús estaba hablando a sus discípulos en Mt 18, está claro que también había algunas personas, porque él llamó a un niño, para desarrollar lentamente la enseñanza sobre el perdón. La enseñanza sobre el perdón se desarrolla a partir del hecho de que el pecado es el trasfondo. De hecho, Mt 18:5-14, subraya el punto de no ser la causa de la ofensa a otros. De manera especial, no debemos ser un obstáculo para el regreso de quien se haya extraviado,[15] especialmente cuando viene en busca de reconciliación. En este contexto, debemos apreciar la perspectiva judía de que si no perdonamos, en vez nos convertimos en los pecadores. Nos convertimos en tropiezos para nuestros propios hermanos. En consecuencia, obstaculizamos la paz en la comunidad. Probablemente este trasfondo judío de Jesús podría haber influido en su enseñanza sobre el perdón; cada uno se hace personalmente responsable del perdón en el cielo, a medida que liberamos a otros aquí en la tierra.[16]

Jesús, pues, ayuda a Pedro y a cada uno de nosotros a no guardar una letanía de momentos registrados en que nuestros hermanos han pecado contra nosotros. La respuesta hiperbólica que Jesús da a la pregunta de Pedro no es sólo una llamada a no llevar un registro de los pecados, sino también una invitación a perdonar siempre a un hermano cada vez que nos ofende. Si a uno le diera por ir registrando los momentos que ha sido ofendido, qué cansado y agotador serían estas setenta veces siete [17]! Esta respuesta también subraya la necesidad de que los ofendidos estén abiertos a perdonar. Porque el “espíritu implacable es la evidencia del orgullo obstinado, que no es la actitud con la que acercarse a Dios pidiendo misericordia”.[18] Este orgullo obstinado se subraya implícitamente en nuestras Constituciones cuando nos exhorta a buscar la humildad, porque nos ayuda a “confesar nuestros errores y defectos, pedir perdón a nuestros hermanos y prestarles los servicios de caridad”.[19]

La palabra “hermano”, como se usa en la antigua cultura judía, se refiere en primer lugar a un hermano de sangre, y va más allá de eso para incluir a sus compañeros de tribu o compatriotas. Sin embargo, a veces la misma palabra se utilizaba para dirigirse educadamente a extraños.[20] En Sal 22:23(22), “mis hermanos” es claramente idéntico a “congregación”, es decir, una comunidad de adoración.[21] En este contexto, un hermano es aquel con quien compartimos la misma fe.[22] Nosotros, como Claretianos, formamos una congregación y una comunidad de discípulos al celebrar la Eucaristía y hacer nuestras oraciones en un entorno comunal. Es en este entorno que siempre debemos tener las palabras de Jesús resonando en nosotros que, antes de ofrecer nuestro sacrificio, debemos reconciliarnos si tenemos problemas. Debemos recordar que nuestro sacrificio de alabanza y acción de gracias está también incluido[23] y Pablo continúa enseñando que ofrecemos nuestros cuerpos como víctimas vivas[24].

Taguat Br ReconciliacionAl ofrecernos en nuestra celebración eucarística diaria, ofrezcamos también cuerpos reconciliados. La reconciliación es uno de los signos de una comunidad madura. La experiencia continua de ser perdonado (cuando ni siquiera pensamos que la necesitamos) es necesaria para renovar nuestro espíritu abrumado y mantenernos en el océano infinito de la gracia.[25] Sólo la disculpa mutua, la sanación y el perdón ofrecen un futuro sostenible para la humanidad. De lo contrario, estamos controlados por el pasado, individual y corporativamente. Todos necesitamos pedir disculpas, y todos necesitamos perdonar, o este proyecto humano será sin duda una autodestrucción. [26]

Como hermanos en la Congregación también somos compañeros. La palabra hebrea para hermano también puede significar un compañero como en 2 Sam. 12:6.[27] Por lo tanto, siendo compañeros y miembros de la “comunidad de culto”, debemos ser siempre fieles a nosotros mismos y corregirnos unos a otros.[28] Esto es lo que esencialmente hicieron los profetas judíos. Trataron de corregir a sus hermanos cuando las cosas iban mal. Sin embargo, lo hicieron con prudencia. Por ejemplo, Nathan se enfrentó a David con una parábola en 2 Sam.12. A veces los profetas se enfrentaban, dirigiéndose directamente a los problemas, por ejemplo, Amós 4. Por consiguiente, sería importante considerar la forma propuesta de corrección fraterna.

Antes de ver el tema de la corrección fraterna en la Biblia, nuestras Constituciones nos proporcionan uno de los pasos hacia la reconciliación. “Confiese sus errores y defectos, pida perdón a los hermanos y préstele los servicios de caridad, de modo que esté en medio de los hermanos como quien sirve.”[29] Este principio exige que quien haya hecho daño a su hermano, DEBE dar el primer paso hacia la reconciliación. Esto es parte de los valores evangélicos que Cristo transmitió a sus seguidores.[30] Este pasaje de Mt. 5:25-26, muestra que a menudo es el ofensor quien puede sufrir las consecuencias más que el ofendido. Hay miembros que, no habiendo logrado conseguir la reconciliación, terminan remitiendo sus diferencias a su superior. Y cuando éste, siendo un tercero no puede resolver el problema, generalmente porque ninguna de las partes está dispuesta a ceder (renunciar a sus reclamaciones), cambiar de actitud, entonces la opción final podría ser un cambio de destino. Y es posible que este nuevo destino de un miembro o de ambos no resuelva a menudo el problema.

El verdadero perdón es la solución, y esto debería llevar a la reconciliación. El verdadero perdón no deja al ofensor sintiéndose pequeño y juzgado, sino liberado y amado. “Cuando los seres humanos ‘admitimos’ mutuamente ‘la naturaleza exacta de nuestros errores’, invariablemente tenemos un encuentro humano y humanizador que enriquece profundamente a ambos lados, e incluso cambia vidas”.[31] Es a partir de este contexto que nuestras comunidades se convierten en testigos de los valores evangélicos. Nuestra voluntad de tolerar y perdonar habla mucho de nuestra profundidad, madurez y comprensión de la vocación cristiana y de la vida consagrada. Los hermanos reconciliados forman una comunidad pacífica y alegre. La reconciliación es, de hecho, uno de los signos de una comunidad madura.

3. LA CONTROVERSIA DE LA RÎB

Después de haber visto cómo el que ofende DEBE dar un paso hacia la reconciliación, no estaría fuera de lugar considerar la otra opción, en caso de que no lo haga. La segunda forma de confrontación es según la antigua enseñanza bíblica llamada rîb. Este concepto no debe ser visto fuera de la perspectiva judía o cristiana, es sólo un énfasis debido a su especialidad. La palabra rîb es del hebreo y significa acusar. El acusador se enfrenta al acusado con el objetivo de restablecer la relación lesionada. No es para indicar la culpa de alguien para justificarse. No es la disminución del acusado. El acusador trata de indicar cómo el mal genera el mal. Es un diálogo entre el ofendido y el ofensor.

Por lo tanto, la palabra “acusación” no debe verse negativamente. El acusador no condena a su acusado, porque en rîb, el juicio no está incluido. En rîb, el amor al acusado es la base. Cuando acusamos con amor, es más fácil perdonar. El amor al que ofende[32] hace una mejor acusación.[33] Una confrontación amorosa, por la que se ofrece el perdón incluso antes de que el acusado admita su error. La confrontación cuenta con todos los medios posibles para convencer al transgresor a que admita su error de una manera responsable y libre, a fin de buscar una verdadera reconciliación y paz. De hecho, en la controversia rîb, el perdón ya se ha dado, aunque uno todavía se enfrente a un hermano.

“La confrontación amorosa es algo que muchos encuentran difícil de hacer. Para la persona que verdaderamente ama, el acto de crítica o confrontación no es fácil. El dilema sólo puede resolverse mediante un minucioso auto escrutinio, por el que la persona que ama examina rigurosamente el valor de su “sabiduría” y los motivos detrás de esta necesidad de asumir el liderazgo. ¿´Veo realmente las cosas con claridad o estoy operando con suposiciones turbias?´ Estas son preguntas que aquellos que realmente aman deben hacerse continuamente. Este auto escrutinio, lo más objetivo posible, es la esencia de la humildad o la mansedumbre”.[34]

Por lo tanto, es obligatorio que la confrontación sea un diálogo entre los dos miembros involucrados. Este modo de confrontación excluye absolutamente la participación de un tercero. En nuestro caso, a menudo el tercero es el superior. En nuestras comunidades, en vez de permitir que los rencores dominen, acumulando nuestras quejas para la visita canónica, es mejor tratar de ayudar con amor al hermano a darse cuenta de su error (en realidad, todos tenemos la gracia de dominar los rencores).[35]

En la controversia rîb, el “acusador” intenta por todos los medios posibles, utilizando diferentes habilidades de comunicación disponibles, ayudar en el proceso de reconciliación. Los profetas y otros autores bíblicos fueron capaces de emplear diferentes modos de comunicación como parábolas, metáforas, fábulas, etc. En nuestros tiempos, es desafortunado que nuestro enfoque sea a menudo inadecuado. A menudo no leemos los signos de los tiempos y no nos involucramos en una adecuada comunicación madura o fraterna. Tal vez tengamos que aprender del profeta Nathan en su acercamiento a David[36] o a veces para superar nuestros temores y enfrentar los problemas tal como son. Esto depende de nuestra capacidad para leer los signos de los tiempos. Esta capacidad de leer los signos de los tiempos depende de nuestra contemplación diaria de la Palabra y nuestra cercanía a Dios, de nuestro autoexamen diario, de nuestra autenticidad y transparencia.

A veces, en la controversia rîb, al igual que en cualquier otra confrontación, puede surgir vergüenza por parte de la persona a la que se enfrenta. Sin embargo, si el acusado no consiente sentir esta vergüenza o humillación, el proceso de conciencia y crecimiento se ve obstaculizado por su parte. De hecho, uno no debe sentirse culpable. Cuando se acepta la experiencia de la vergüenza, crece la conciencia y la capacidad de mejora, y por lo tanto constituyen factores de crecimiento. A diferencia de la culpa, la vergüenza puede permitir que aquellos que tratan de mejorarse a sí mismos, se restablezcan.[37]

El único riesgo en este tipo de confrontación es cuando se hace sin amor. Donde hay amor, toda nuestra energía en la reconciliación se convierte en el don que podemos dar. Es aquí donde nosotros también somos consumidos en este amor ardiente por el otro.[38] Realmente nos convertimos en sacrificio per-donar (per-donare) paz y amor a nuestras comunidades. Sólo en est e entorno de comunidades reconciliadas pueden nuestros sacrificios (la liturgia de las horas, la Eucaristía, nuestros pequeños martirios de cada día, etc.) ser momentos per-donar al mundo el verdadero testimonio de la alegría del Evangelio y así hacer que Dios sea conocido, amado y servido por todos.[39]

CONCLUSIÓN

Como conclusión, siempre existe la posibilidad de reconciliación en la vida. Una comunidad madura y pacífica es una comunidad que ha crecido en la capacidad de confrontar con amor y en este proceso crear espacio para la reconciliación. De hecho, una comunidad reconciliada es una representación del reino de Dios en la tierra. Hermanos que pueden perdonarse unos a otros manifiestan esta identidad básica de Dios – “Misericordioso y Clemente, tardo a la cólera”[40] especialmente como se ve en muchos Salmos (por ejemplo:100:5; 106:1; 117:2, entre otros). “Es en el perdón, que Israel reconoce la actividad ‘divina’ por excelencia y la actividad humana ideal en la sociedad y en la historia”.[41]

Cuando involucramos a superiores para resolver los problemas que podemos resolver nosotros mismos, el resultado puede no ser una reconciliación auténtica. Por lo tanto, la sanación que debería ser el resultado de la reconciliación podría no lograrse. Es mejor desarrollar lentamente la “confrontación amorosa” de un hermano, aun con el perdón ya concedido.[42] De hecho, ésta es en breve la “caridad apostólica” de que habla CC 40. Si el hermano confrontado sabe que se hace por amor, puede aceptar fácilmente la corrección. Por el contrario, si no se manifiesta el amor, la reconciliación está lejos de ser alcanzada, así como la sanación. Dios se enfrentó a Israel a menudo con el modo rîb, y reconocieron su error.

La reconciliación comunitaria se convierte verdaderamente en una actividad pastoral dentro de la comunidad de hermanos, que se preocupan por la salvación de sus hermanos. Esta debe ser la mayor preocupación de cada hermano, para que todos realicemos el sueño de la Congregación como tal, es decir, “promover entre nosotros una conversión pastoral como una preocupación fundamental de la Comunidad”.[43]

Para la reflexión personal y comunitaria

  1. ¿Cuál es mi actitud ante los fracasos de mis hermanos?[44]
  2. ¿Cuál es mi actitud ante mis propios fracasos? ¿Es defensiva o receptiva?
  3. ¿Con qué frecuencia busco el perdón de mis propios hermanos?
  4. En la mayoría de las culturas, compartir una comida es un signo de aceptación de la otra persona.[45] ¿Cómo podemos hacer de nuestras comidas una oportunidad para fomentar la comunión en nuestras comunidades?
  5. ¿Cómo usamos nuestro lenguaje? ¿Nos guardamos de los vicios de la lengua, que lesionan la caridad, la justicia[46] y la prudencia?” (Directorio 96)

Propuestas prácticas

  1. Lectio Divina en Mt 18:21-35 y otros pasajes mostrados en el Directorio Espiritual, 129.
  2. Diálogo entre los miembros de la Comunidad. Este diálogo tiene que estar arraigado en el amor al hermano, tiene que apuntar a construir o restaurar relaciones, y tiene que estar arraigado en la oración, para que en el diálogo se utilicen las palabras correctas.
  3. No tengamos miedo de “acusar con amor”, acusar con autenticidad aquí no significa involucrar a un tercero. Acusar a un hermano con la actitud correcta y amorosa. De hecho, en Mt 18:15-18, algunos exégetas opinan que el texto aquí no significa una confrontación como forma de culpar, o demostración de la culpabilidad.[47]
  4. Celebraciones Eucarísticas y comidas compartidas. No basta con sólo compartir comidas, sino que es un momento para compartir experiencias. Jesús aprovechó la oportunidad para dialogar al compartir comidas con la gente (por ejemplo, Lc. 5:27-31; 7:36-50; 14:1-14).
  5. Frecuentando el Sacramento de la Reconciliación – “La celebración periódica, personal y comunitaria, del sacramento de la Reconciliación, a la vez que nos hará reconocer nuestro pecado, nos estimulará a acoger los dinamismos de la Gracia poderosa de Dios” (Directorio Espiritual, 128).
  6. Antes de buscar el sacramento de la Reconciliación, debemos buscar en realidad reconciliarnos con nuestros propios hermanos. No esperemos hasta no poder tener el contacto físico con un hermano para acudir al sacramento. Que no usemos el sacramento como un medio para escapar del diálogo físico con el hermano ofendido. Por eso, Cristo nos exhorta a buscar la reconciliación con el hermano antes de ofrecer la ofrenda.
  7. No nos cansemos del examen diario de nuestra conciencia. Hay muchas pautas en el Directorio Espiritual, 127.

 

Referencias

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Notas

[1] J.s. Kselman, “Forgiveness”, The Anchor Bible Ditcionary, 2942. El perdón es la limpieza de una ofensa de la memoria; sólo puede verse afectado por el afrentado. Una vez erradicada, la ofensa ya no condiciona la relación entre el que ofendió y el afrentado, y se restablece la armonía entre los dos.

[2] Cf. Jn 13:1.

[3] Lc 23:34.

[4] Cf. Gn 4:7.

[5] Mt 18:21-22

[6] Esta perspectiva Judía del perdón es una aportación de la rabina Ángela Buchdahl. Es compartido en YouTube (23 Sept. 2018 – Subido por la Sinagoga Central).

[7] Este nombre hebreo, Yôm kippür, se escribe también Yôm ha-kippurîm, “Día de Expiación”, o brevemente, kippurîm, “Expiación” como se describe en Lev 23:27-28 (cf. Moshe David Herr, “Yoma” en Encyclopaedia Judaica, Vol XXI, 381-382). Es un día especial para la reconciliación, especialmente con Dios. El propósito central del perdón era en beneficio de la nación y la humanidad. El elemento más importante es el reconocimiento de la necesidad de ser perdonado y reconstruir una relación adecuada con Dios. (cf. J.H. Charlesworth, “Forgiveness-Early Judaism”, The Anchor Bible Dictionary, 2947). El Yôm kippür es el día más sagrado en el calendario judío.

[8] Cf. A. Sprefico, “Peccato, Perdono, Alleanza (Es 32 – 34)”, Parola, Spirito e Vita, 29 (1994), 30-31. «El perdón de Dios no significa un golpe de la esponja sobre el mal, sino que llama al hombre a una decisión y a una elección. Dios no se limita a perdonar, sino que quiere mostrarse como alguien a quien es posible encontrar».

[9] Cf. Mt 25:40-45

[10] Cf. Mt 18:18.

[11] CC 35.

[12] Cf. Mt 5:24. El verbo griego traducido “reconciliar” es διαλλάγηθι (diallagëthi), un aoristo imperativo pasivo de διαλλάσσω (diallassō), que significa “cambiar enemistad por amistad y así ser restaurada a las relaciones normales” (Danker, Griego NT Lexicon). Por lo tanto, reconciliación significa restaurar una relación lesionada.

[13] El perdón es un proceso porque incluye la exhortación de acercarse al hermano pecador, y luego decirle su culpa. Al final, la reconciliación viene “si te escucha”. La mejor parábola que muestra cómo la reconciliación es un proceso, es la de Lc 15:17-24. El hijo se prepara antes de encontrarse con su padre para reconciliarse. La palabra aphiëmi (perdonar) utilizada en Mt. 18:18, con frecuencia tiene el sentido de la remisión de una deuda financiera. Sin embargo, los autores del NT pueden haber elegido la palabra para dar un sabor económico al perdón de Dios. Sin embargo, Jesús evocó la imagen de la liberación de la deuda como metáfora del perdón. (cf. G.S. Shogren, “Forgiveness – New Testament”, The Anchor Bible Dictionary, 2948). La palabra hebrea a menudo traducida como “perdonar” (נשׂא – nāśā’) también significa “levantar, cargar”, etc. Al perdonar, uno puede levantar el espíritu del ofensor; al perdonar, uno muestra cómo él o ella carga con las faltas de su propio hermano o hermana. En el AT este נשׂא se “ha ampliado para incluir el principio del perdón, y el perdón es él mismo asociado a la idea de levantar o quitar la culpa, el pecado y el castigo. Dado que la expresión para el perdón es con frecuencia semánticamente la misma a ‘soportar la carga del castigo’, el perdón es con frecuencia entendido como ‘llevar, cargar, resolver, etc.’ (D.N. Freedman – B.E. Willoughby, “נשׂא”, TDOT, Vol. 10, 25). Sin embargo, la traducción hebrea del NT usa el verbo סלח (sä-lä), que significa “perdonar”. Este verbo se usa a veces por “el perdón se manifiesta en actos concretos”, por ejemplo, mediante el cual las resoluciones son concretas y prácticas (cf. J. Hausmann, “סלח” , TDOT, Vol.10, 262). Por lo tanto, como parte de nuestra invitación práctica, nuestro Directorio Espiritual CMF nos invita a “dar la mano a los caídos en cualquier falta” (Directorio Espiritual, 125).

[14] Cf. Mt 18:15-18.

[15] Cf. Mt. 18:10-14; y también C.H. Talbert, Matthew 217-218. Hay dos subunidades: (1) La primera (18:5–9; cf. Marcos 9:37; 9:42–48) insta a los discípulos a no hacer que un pequeño peque. (2) La segunda (18:10–14) advierte contra dejar de restaurar a un pequeño que se haya extraviado.

[16] Cf. Mt 18:18.

[17] El griego “ἑβδομηκοντάκις ἑπτά” se traduce de manera diferente en diferentes versiones; algunos traducen “setenta veces siete” y otros “setenta y siete veces”.

[18] G.s. ShoGren, “Perdón – Nuevo Testamento”, El Diccionario Bíblico ancla, 2950.

[19] CC 41.

[20] Cf. Gen 19:7; 29:4.

[21] Cf. H. Ringgren, “אָח”, TDOT, I, 190-191. También, un hermano es visto como un protector (cf. J.F. Benner, “אָח”, Ancient Hebrew Dictionary).

[22] M.G. Easton, “Brother”, (Bibleworks 10).

[23] Cf. Heb 13:15.

[24] Cf. Rm 12:1.

[25] Cf. R. Rohr, Near Occasions of Grace, 102-104.

[26] Cf. R. Rohr, A Spring Within Us, 194; Y Además R. Rohr, Breathing Under Water, 38-39.

[27] Cf. L. Koehler – W. Baumgartner – al.,” ,”אָחHALOT, 29.

[28] De hecho, Dios contará el pecado sobre un miembro que no advierta a su compañero, dejándolo perecer en sus caminos equivocados (cf. Ezk 3:18-19).

[29] CC 41. Las constituciones avanzan para invitarnos desear y pedir ser corregidoy recibir correcciones de nuestros hermanos con gratitud. (cf. CC 54).

[30] Cf. Mt 5:25-26.

[31] R. RohR, Breathing Under Water, 37.

[32] Cf. Mt 5,44.

[33] A.m. Onyait, The Rib of God, 93.

[34] M.S. Peck, The Road less Travelled, 150-151.

[35] Cf. Gén 4,7.

[36] Cf. 2 Sam 12.

[37] Cf. G. Carofiglio, La manomissione, 70-71.

[38] Cf. CC 40 §3..

[39] Cf. CC 40§4. ,4.

[40] Cf. Ex. 34:6; Núm. 14:18; Neh. 9:17; Joel 2:13; Jonás 4:2.

[41] P. Bovati, Re-establishing Justice, 169.

[42] Cf. A.m. Onyait, el Rób de Dios, 56.

[43] MS 70,4.

[44] Esta pregunta nos debería ayudar a abordar el error de nuestro hermano sin prejuicios. Los fracasos de un hermano deben abordarse como un caso particular, sin generalizar que todos los hermanos de tal origen son propensos a tales errores.

[45] Peter Shirokov afirma que “Compartir comidas a menudo expresa el valor universal de la hospitalidad en el Oriente Próximo (Gen 18:1-8; 3:12; Rom 1:13). Las comidas pueden afirmar el parentesco, la amistad y la buena voluntad (Gen 31:33-54), reconocer el status (1 R 17:8-16, 2 R 4:8-11), apreciar una disposición pacífica y un compromiso con la no agresión (Gen 26:26-33; Josh 9:14). Dependiendo del contexto y de la ocasión, el compañerismo en las comidas puede transmitir una serie de mensajes no verbales relacionados con las relaciones interpersonales”. (P. Shirokov, “Meal Customs”).

[46] Cf. A.m. Onyait, The Rîb of God, 38. Este término justicia también debe entenderse en el sentido bíblico en relación con el pueblo elegido. La justicia se ve en relación con Dios y con el pueblo, de tal manera que la persona justa vive en una relación correcta y propia con Dios, que es la relación que corresponde a su comunidad humana (cf. H. Dietrich Preuss, OT Theology, II, 167). Nosotros, por lo tanto, debemos mantener no sólo buena relación con Dios, sino que ésta debe ser tal como corresponde a nuestra vida comunitaria. No tendría sentido una celebración perfectamente litúrgica, con una maravillosa homilía, si nuestra vida práctica estuviera llena de lenguaje abusivo. Esto haría que nuestra religión no valiera la pena, como dice nuestro Directorio.

[47] Cf. U. Luz, Matteo 1361.