2 Diciembre

Dic 2, 2018 | Claret Contigo

“Cuántas gracias debe Usted dar a Dios por su vocación. Estoy seguro que me dirá: ya lo hago; y yo me atrevo a decirle que todavía lo hace poco y yo lo hago por Usted, y le pido constantemente que le conserve en la Compañía, y que le dé siempre un corazón humilde y obediente”
Carta al P. Juan N. Lobo, 12.7.57, en EC I, p.1376

GRACIAS POR LA VOCACIÓN

“Vocación…”, palabra casi en desuso en nuestro vocabulario… Hablamos más de autorrealización, es decir, hacerse uno a sí mismo… como caprichosamente quiera… Pero hablar de vocación es hablar de algo entre dos: alguien llama y alguien responde… Y en la búsqueda del que llama no hay que mirar hacia fuera, sino hacia el propio corazón. Para ello es necesario conocerse a sí mismo: ¿Quién soy yo? ¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde voy? Son preguntas que tarde o temprano tendremos que plantearnos y responder si queremos ser felices. Pero, ¿por dónde empezar? Algunas pistas… que recetas no hay. Comenzar por intentar adquirir ciertas capacidades:
*Entrar dentro del propio misterio y descubrir todo lo que llevamos dentro, lo que vivimos, sentimos… Tal vez nos descubramos habitados…
*Observación y reflexión. Obsérvate: cómo hablas, cómo te sitúas ante personas, circunstancias, cómo reaccionas. ¡Mucha atención a tus reacciones! Pregúntate muchas veces: ¿qué me pasa por dentro? Escucha tu corazón, tus sentimientos… y ponles nombre (alegría, tristeza, desánimo, euforia), y busca los porqués. Advertir cómo estamos es el primer paso para ser “dueños” de nuestros sentimientos.
*Expresa lo que sientes, ante ti mismo y ante alguien que te puede hacer de espejo. Escucha a los demás. Lo que te dicen con sinceridad y abiertamente y aquello que te dicen con sus gestos, reacciones, criticas… Los demás ven la parte de nosotros que a nosotros se nos escapa…
*Sorpréndete. Tienes más posibilidades que las que imaginas… Mírate con la mirada de Jesús, que siempre libera, levanta, impulsa, anima… tal vez te descubras como proyecto inacabado, como un sueño de Dios. Entonces podrás decirle con plena confianza: Señor, ¿qué quieres de mí? Esto es lo que Claret le quería decir al P. Lobo, su antiguo colaborador en Cuba y ahora novicio jesuita.

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