EL MISIONERO ES PACIENTE
J. Hudson Taylor dijo: “Hay tres requisitos para los misioneros: Paciencia, paciencia y paciencia”. A juzgar por lo que escribe en esta carta, Claret debió de sentirse humillado y herido por la actitud de algunos de sus feligreses. Había ido a su pueblo lleno de celo y entusiasmo por trabajar para que Dios fuera allí más conocido, amado y servido. Pero se encontró con tal oposición que llegó a pensó en pedir otra parroquia.
Él dice: “la prudencia me pide que me esté tranquilo”. Probablemente fue lo mejor que pudo hacer en aquel momento para evitar encontronazos posteriores. Claret tenía la suficiente paciencia para controlar magistralmente su disgusto y frustración. La paciencia es una cualidad importante para un misionero; en el futuro experimentaría aún más vivamente la necesidad de ejercitarla.
En nuestros territorios de misión tenemos la experiencia de que la gente no llega a puntual a las actividades comunes, no siempre coopera con el misionero, e incluso a veces actúa en contra de él. Pero él debe tener paciencia con ellos, según el ejemplo señero de S. Juan María Vianney, el “cura de Ars”. La paciencia es fruto de la humildad y de la experiencia de la real presencia de Jesús en nosotros. Después de todo, un testigo de Jesús nunca está solo: lleva a Cristo consigo, ya que no está realizando su capricho personal, sino que está participando en la única misión de Cristo.
Cuando un apóstol -sea sacerdote o seglar- toma conciencia de que el Señor le ha escogido para que participe en su misión, se siente automáticamente humilde, portador de un don que le supera. La misión que desempeñe dimana de la presencia, de Cristo en él. Y así, la experimenta de rechazo quizá le afecte positivamente, al verse más identificado con Jesús. Llevando tal sufrimiento en su compañía, la paciencia le permitirá vivir con elegancia esa dura situación. ¡Que la paciencia nos haga testigos maduros del Evangelio!