11 de Febrero – Aprobación de nuestras Constituciones

El 11 de febrero es para nosotros una fecha significativa ya que nos permite hacer memoria agradecida de las Constituciones que nuestro santo Fundador dejó a la Congregación y que la Iglesia ha reconocido como trazado evangélico genuino, capaz de orientar nuestro seguimiento de Jesús.

6 B Claret ConstitucionesEn efecto, en esta fecha de 1870, y tras la súplica personalmente llevada a Roma por el P. Claret, nuestras Constituciones fueron aprobadas por el Papa Pí­o IX. A su vez, y como signo de continuidad histórica, el 11 de febrero de 1982 es también la fecha en que fue emanado el Decreto de la Congregación para los Institutos Religiosos y Sociedades de Vida Apostólica por el cual quedaba aprobada la revisión posconciliar de nuestras Constituciones.

¿Por qué celebramos la fecha de la aprobación de nuestras Constituciones, tanto en su texto primitivo como en el texto posconciliar? Aunque no sean más que un pequeño libro, sin pretensiones de tratado teológico o histórico, ellas son nuestro libro de vida, cuya razón de ser consiste en que lleguemos a traducirlo en vida y experiencia misionera. Como tal, nos facilita ante todo hacer memoria del camino discipular del Padre Fundador y de muchos hermanos: una experiencia que vale la pena compartir a su lado en el seguimiento de Jesús. Este pequeño libro condensa y transmite la misma experiencia evangélica vertida en la Autobiografí­a.

Por otra parte, en nuestra regla de vida encontramos las claves que hacen real, a la vez que significativa nuestra pertenencia a la Iglesia de Jesús; es la realidad Iglesia la que da sentido a nuestro hablar de comunidad, de misión, de identificación con Cristo, de opciones por el Reino, de servicio a los humildes: lenguaje vertebrador de nuestro proyecto de vida.

Y, por encima de todo, al hacer agradecida memoria de nuestras Constituciones, festejamos nuestro don mayor, que es la implantación del Jesús del Evangelio en el centro de nuestra existencia. Sus palabras, sus hechos, sus gestos cotidianos, lo mismo que su muerte y resurrección, quedan vertidos en propuesta para nuestro aprendizaje, en compromiso para nuestro vivir y en gozosa esperanza para nuestra plenificación en í‰l.