Antonio Maria Dalmau Rosich

Estudiante de Teología

23 años

Nació en Miralcamp (Lérida) el 4 de octubre de 1912. Desde muy joven mostró una marcada atracción por la oración y el recogimiento.

Ingresó primero en el seminario diocesano de Solsona y después en el seminario claretiano de Vic.

Emitió sus votos religiosos el 15 de agosto de 1929. La continuación de su carrera se vio dificultada por la ley del servicio militar y las circunstancias especiales.

Ya en 1931 intuyó el peligro y escribió a su casa: «En cuanto a la situación actual, vivimos al día. Nos ponemos en manos de Dios porque puede pasar cualquier cosa».

Estamos serenos -escribe en diciembre de 1934- en medio de la incertidumbre que reina en todas partes y que puede trastornar las cosas de un día para otro».

Vivía en Barbastro desde agosto de 1935; en el momento de su encarcelamiento acababa de terminar sus estudios de teología.

Se dio cuenta de que los acontecimientos políticos se precipitaban y, dirigiéndose a su familia en diciembre de ese año, dijo: «De estas elecciones depende la vida o la muerte de España y quizá hasta de la Religión».

Dos meses después habló del fraude electoral perpetrado por las izquierdas, que, sin embargo, no impidió la ajustada victoria de las derechas en Barbastro.

En junio del 36 oyó a las puertas la revolución y dijo a sus familiares: «Aquí hay paz, por ahora, gracias a Dios. Personalmente, no hemos sufrido ninguna grosería ni molestia, aunque han prohibido tocar las campanas y se han apoderado del seminario episcopal para arruinarlo. Por desgracia, así son las revoluciones…

Pequeño de estatura, vivaz, susceptible; no le costó poco esfuerzo llegar a dominarse a sí mismo.

Cerró su aventura terrena, dando su vida por Cristo, el 13 de agosto de 1936.

Sus últimas palabras son de abandono en Dios: «¡Que se haga siempre, Señor, ¡tu divina voluntad!

EL PADRE CLARET Y LA PRENSA

Nadie ignora que la casi totalidad de los irremediables males que deplora la moderna sociedad, tienen su origen en esta libertina prensa que, bajo título de 1ibertad y progreso, va inoculando el veneno en las almas y desmoronando el edificio de la sociedad.

Y como es cierto también que para impedir la eficacia de un veneno es preciso desvirtuarlo con un contraveneno queremos recordar ensalzando su memoria, aquel varón apostólico, que tanto hizo para propinárselo a la sociedad en que le tocó vivir. Háblese del V.P. Antonio Ma Claret, para quien la Iglesia prepara en estos días el honor supremo de los altares. Quien dude de la afirmación no tiene más que dar una rápida ojeado de su labor por nadie igualada, desee escritor popular y tendrá suficientísimo para convencerse de que difícilmente se hallará persona alguna en el siglo XIX que haya hecho tanta propaganda católica, por medio de la prensa, como el Claret y que apenas se hallará rival en este sentido en los siglos precedentes.

Si quisiéramos dar en breves palabras una idea general de lo que ha escrito, diríamos que ha escrito de apologética, moral, ascética y mística de artes y ciencias, de oratoria, de agricultura. En especial no hubo ramo en las asignaturas eclesiásticas acerca del cual no escribiese alguna cosa. l45 son los libros y opúsculos que compuso y 95 las hojas volantes diversas que escribió. Pero nótese que consideramos como opúsculos aquellos escritos que no pasan de l60 páginas. Cierto es que de alguno que otro no es el autor original, pero sí los ha traducido o los ha mejorado de tal suerte que los ha hecho casi propios. Pero difícilmente podrá uno apreciar cual conviene el mérito y trabajo que tanto escrito supone si no atiende a la continuada y gravísima ocupación que le abrumaba, que, en otro de no haber sido el P. Claret, le hubiera sido materialmente imposible el escribir algo. No tenía más remedio, para ello, que robar tiempo al sueño. Muchas personas sabias y de virtud, entre ellas el Rmo. P. Orge, General que fue de los Dominicos, no sabían explicarse tanta actividad sino por una intervención divina.

No contento con haber escrito tanto y sobre tan diversas materias, estimulaba a otros a que hicieran lo mismo y no pocas veces él mismo les costeaba la impresión. Pero su obra máxima, en este punto de la propaganda católica, es la fundación de la Librería Religiosa y de La Academia de S. Miguel; obras, según la mente del fundador, destinadas exclusivamente a inundar con un diluvio de libros buenos a la sociedad, que gime bajo el peso de tantos libros y folletos malos.

Si las cifras son el mejor panegirista, hemos de decir que solo la Librería Religiosa desde 1848, fecha de su fundación, hasta 1866 imprimió 2.811,100 tomos de varios tamaños; 2.509,800 opúsculos y 4.249,200 carteles de catecismo y hojas volantes. Total: 8.569,800 impresos. Más de medio millón por año. Desde 1879 a 1902 imprimó un millón seiscientos setenta mil.

En menos de nueve años, que de existencia llevó la Academia de S. Miguel, distribuyó gratuitamente 1.734,000 libros, que corresponden por término medio a unos 120.000 por año; 1.734, 004 estampas, 25,311 medallas, 2,112 crucifijos y 10,201 rosario. Además, se habían prestado 20,396 libros y repartido una infinidad de hojas sueltas y opúsculos. Si el P. Claret, en toda su vida no hubiera hecho más que fundar la Librería Religiosa y la Academia de S. Miguel, acreedor serio a que se le levantara un monumento como a Apóstol de la prensa católica. ¿Y qué diremos si consideramos que la mayor parte de estos escritos son obra propia suya? l número de tomos que de libros y opúsculos propios se conocen, pasan de 6.000,000 almas de 150 ediciones que se conocen y cuyo número de ejemplares no sabemos. ¿Y qué de las hojas volantes, cuyas ediciones eran mucho más numerosas? Solo la imprenta de Aguado, en Madrid, publicó en poco tiempo 280, que sumadas con las dadas a luz por la Librería Religiosa dan la cifra de 4.723, 280 ejemplares. Y es de notar que casi todas estas hojas llevan estampas alegóricas, dibujadas por el mismo Siervo de Dios. Otras viarias librerías publicaron obras del padre Claret que se abrían de sumar a las cifras ya dadas. ¿Qué escritor en tan poco tiempo, ha podido ver jamás tan prodigioso número de ejemplares de sus obras?

Y no se crea que todo eso era impulsado por el afán de lucro o de nombradía, no, sino que l era el primero en pagar los gastos de impresión y los repartía todos gratis. El mismo afirma que en 1863 dejó a la Librería Religiosa 4,000 duros. En Cuba repartió más de 200,000 libros. En los viajes que con los reyes hacía por España tenía di dispuesto que en cada ciudad en que parasen encontrara una caja de libros para repartirlos. Sólo en el viaje que por el sur de España hizo en 1862, repartió más de 85 arrobas de libros («arroba» = 12,4 kg), opúsculos y hojas volantes.

Para terminar: si con toda verdad pudo decir el gran poeta catalán, Verdaguer, que «El infatigable Apóstol de Cataluña había sido el primero, más activo y más popular propagandista que haya tenido la prensa catalana en su siglo», de parecida manera hemos de afirmar del Apóstol de Canarias, de Cuba, de España entera; porque con igual afán ejerció en ellas su apostolado aquella alma gigante, para cuyas empresas era pequeño el mundo.

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