200º ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO  DEL VENERABLE P. JAIME CLOTET Y FABRÉS, CMF

200º ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DEL VENERABLE P. JAIME CLOTET Y FABRÉS, CMF

Cofundador de la Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María

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Jaime Clotet nació en Manresa (Barcelona) el día 24 de julio de 1822 siendo el último de ocho hermanos. Sus padres D. Ramón Clotet y Doña Gertrudis Fabres, de posición social holgada y de buenos sentimientos religiosos, dieron a Jaime una esmerada educación basada en el santo temor de Dios. Cuando solo contaba nueve años de edad entró a formar parte de la Congregación de San Luis Gonzaga. Quien le haya conocido en su edad madura, podía observar como conservaba aún “toda la frescura y todo el candor inmaculado de aquella bendita edad”, dice su biógrafo P. Mariano Aguilar.

Por esa misma edad comenzó a sentir inclinación al sacerdocio, y sus padres, para quienes Jaime era objeto de especial cariño, ya por ser el último de los hijos, ya principalmente por la extremada bondad de carácter y otras prendas muy estimables que veían en él, le matricularon para cursar Gramática latina en el colegio que los PP. Jesuitas tenían en la ciudad. Cursó Filosofía en la Universidad de Barcelona y cuatro años más de Teología en Seminario de esta ciudad. En 1843 pasó al Seminario de Vich, para cursar dos años de Teología Moral y Pastoral. Debido a la persecución religiosa en España, Jaime marchó a Roma para ser ordenado sacerdote el día 20 de julio de 1845. Al regresar, en julio de 1846, fue destinado como Vicario del Ecónomo de Castellfollit del Boix, parroquia situada frente a Monserrat. Un año más tarde será nombrado Cura Ecónomo de Santa María de Civit, otro pueblecito situado entre las montañas.

Cuatro años duró su ministerio parroquial, que Jaime Clotet calificó de pastoralmente muy buenos. Fue en este tiempo cuando inició su actividad de catequesis a los sordomudos, experiencia singular que marcaría su estilo misionero a lo largo de su vida. Todo surgió, dice el P. Clotet, de modo espontaneo cuando “allá por los años de 1848, hallándome de cura-ecónomo en un pueblecito de esta diócesis de Vich” se presentó en la sacristía un hombre de avanzada edad acompañando a su hijo sordomudo, ya mozo, para que le confesara. Ante las dudas del P. Clotet de que aquel mozo pudiera entenderle, el campesino le dijo: “y para que Ud. se convenza, le hablaré en su presencia y haré que él me hable… convenciéndome de que en realidad el hijo entendía al padre y el padre al hijo. En vista de lo cual déjeme a mi mismo: si un hombre de campo y sin letras ha llegado a entender perfectamente el arte de hablar con signos, ¿por qué no podrías tú saberlo, recibiendo lecciones de algún hombre competente? Pero, ¿en dónde encontrarlo? Y me quedé con el deseo.

La fuerte inquietud misionera que latía en el corazón de Clotet le empujaba más allá del horizonte parroquial. Providencialmente pudo ponerse en contacto con el P. Claret, que estaba a punto de fundar una Congregación, y el 16 de julio de 1949 ya estaba con él formando parte del grupo de cofundadores; era el más joven de todos. El P. Clotet descubrió por fin su vocación misionera y encontró en la nueva Congregación el mejor lugar para vivirla.

Durante sus primeros años en la Congregación claretiana se entregó por entero al ministerio de las misiones populares, a los ejercicios espirituales y, sobre todo, a la catequesis, ministerio para el que se sentía especialmente capacitado.

En 1858, Clotet fue elegido subdirector de la Congregación, cargo que desempeñó durante 30 años consecutivos. Sus obligaciones aumentaron al ser nombrado Superior Local de la Casa Madre de Vich (1864-1868) y responsable de la formación de los primeros Hermanos Coadjutores. Estas circunstancias le obligaron a abandonar la itinerancia, en favor de un apostolado más estable.

Quienes le conocían, afirmaban que la catequesis era su ocupación predilecta. De hecho, él la consideraba deber prioritario de padres, sacerdotes y maestros. Procuraba acomodarse a la capacidad de los niños, mediante ejemplos, parábolas y comparaciones. Y, para favorecer la perseverancia, les exhortaba a ingresar en congregaciones juveniles, la lectura de buenos libros y frecuentar las escuelas dominicales o nocturnas.

Hemos aludido a su predilección por la catequesis a sordomudos, pero también de su deseo de que alguien pudiera darle lecciones para entender perfectamente el arte de hablar con signos. La ocasión se presentó cuando, por motivo de un mal de rodilla tuvo que pasar varias semanas en Barcelona. Allí, un Padre del Oratorio de San Felipe “tuvo la caridad de darme lecciones diarias acerca del modo de hablar a sordomudos con señales y entenderlos…

Jaime Clotet, con espíritu misionero, procuró adquirir la competencia necesaria para enseñarles lo que no puede ignorar un cristiano.

A este fin, escribió en 1866 el libro La comunicación del pensamiento por medio de señas naturales. O sea, Reglas para entender y hacerse entender de un sordo mudo, que resultó muy útil para quienes se dedicaban a este ministerio apostólico. Más tarde escribiría varios libros más.

Siempre que he visto por primera vez a un sordomudo, se ha excitado en mí un sentimiento de compasión, he experimentado un impulso casi irresistible a ocuparme en hacerle conocer las principales verdades de la fe, cosa difícil por cierto, pero necesaria y del mayor consuelo en su desgracia (El Catecismo, 5)

Pero no se contenta con enseñarles el catecismo, sino que promueve la integración social de los sordos, como sabemos por el testimonio del Hermano Eustaquio Belloso, que residía en su misma comunidad: Cuando estaban enfermos los visitaba; y les procuraba el bien que podía cuando lo necesitaban. A uno llamado José Serra, vecino de Barcelona, su hermana casada, que vivía en Vic, no lo quería en su casa si no traía cama y ropa y ganaba para sustentarse. El Padre le procuró cama y ropa y a su servidor me dijo que le enseñase a coser; y a los pocos días ya sabía hacer pantalones; luego lo puso en una sastrería de confianza llamada del sastre de la Yuixa, donde aprendió bastante.

En septiembre de 1868 se produjo la revolución que expulsó de España a la reina Isabel II, y con ella también a su confesor, el Arzobispo Claret, fundador de la Congregación de Misioneros, cuyos miembros se vieron obligados a establecerse en el sur de Francia.

En Vich, lugar de la Comunidad de Misioneros a la que pertenecía el P. Clotet, la Junta revolucionaria había resuelto apoderare de la Casa-Misión. El P. Aguilar, biógrafo del P. Clotet, describe los momentos en que los miembros de la Junta fueron a incautarse de la casa y la reacción noble, humilde y bondadosa que tuvo Clotet: “…a las tres de la tarde se presentó la formidable Junta, a la cual el P. Clotet con su aire de humildad y con la perenne sonrisa de su rostro esperó y recibió a la puerta del convento. Antes que expusiesen el objeto de su venida, el P. Clotet fino y atento invitó les a descansar, y con muchas y corteses instancias pidió les se sirvieran pasar al refectorio donde el buen Padre había hecho preparar para cada uno un chocolate con su correspondiente postre de apetitosas frutas. Aceptaron el refresco aquellos caballeros, no digo gustosos, pues era imposible no estuviesen sonrojados y avergonzados al ver la manera de vengarse que tuvo el P. Clotet, pero sí, con mal fingido disimulo y como arrastrados por la amabilidad del buen Padre… Cuando ya estaban en la calle, todos loaban la humildad profunda del Padre Clotet diciendo a una voz: “es un santo, es un santo; su humildad enamora, arrastra; por él solo tendríamos que dejarlos en paz”. Con todo… el Presidente de la Junta comunicó al P. Clotet… la orden de que hiciera desocupar el edificio antes de veinticuatro horas.”

En noviembre del mismo año se constituyó provisionalmente en Perpiñán una Comunidad como primer paso para establecer en la diócesis el Escolasticado y Noviciado. La suerte favoreció a los Misioneros que pronto pudieron encontrar en Prades un edificio que, sometido a las convenientes reparaciones, acogió el Colegio-Noviciado de la Congregación, y al frente del mismo como Superior fue nombrado el P. Clotet. Nadie mejor que nuestro Padre para desempeñar este cargo en territorio francés: “Sus maneras corteses, el conocimiento que tenía de la lengua francesa, y su espíritu de caridad difusiva y universal, unido a las demás dotes de humildad, modestia y sencillez, grangeáronle pronto las simpatías de las personas más calificadas y honradas de la población”, nos dice el P. Aguilar.

En 1970 la Santa Sede aprobó definitivamente las Constituciones de la Congregación claretiana. En Prades, esta alegría se completó con la presencia del Fundador, el día 23 de julio, que venía de Roma con la salud bastante quebrantada, aunque pronto hubo de dejarles para buscar asilo político en el Monasterio de Fontfroide, en donde moriría el 24 de octubre. Por deseo del Superior General, P. José Xifré, el P. Clotet acompañó al Fundador durante sus últimos quince días de vida, circunstancia ésta que consideró una gracia extraordinaria. Día a día escribía al P. Xifré comunicándole todas las vicisitudes de la enfermedad del Fundador, y estaba atento siempre a todas sus palabras, movimientos y deseos para servirle y darle gusto en cuanto estaba de su mano.

Pocas personas conocieron tan de cerca como él al santo misionero Claret, no porque viviera mucho tiempo a su lado, sino por la comunión espiritual que hubo entre ellos tras la fundación de la Congregación… y en las últimas semanas de su vida cuando el P. Clotet lo atendió con inmenso cariño filial.

Más tarde, el amor filial de Clotet al P. Claret lo llevó a desvivirse por recopilar todos los datos y testimonios que permitieran reconocer su santidad y así iniciar su proceso de beatificación. Fue así como por encargo del Superior General comenzó a escribir el Resumen de la Vida del Venerable, en donde los Misioneros Hijos del Corazón de María pueden descubrir con todos sus pormenores innumerables ejemplos edificantes de su Fundador.

El cariño y admiración de Clotet hacia el santo Fundador le llevaron a imitarle en todos los detalles de su vida. “Cuando a fines de 1889 fue a París y tuvo la primera entrevista con la Reina Isabel II, esta señora, al verle experimentó un gozo indecible, porque creyó ver en él un retrato vivo de su antiguo y amado confesor el Ven. P. Claret.”

Hasta dónde llegaban el cariño y admiración que profesaba a Claret se puede deducir de las expresiones usadas cuando se encontraba ya en el lecho de muerte. A los que le visitaban y preguntaban preguntaban por su estado, respondía molto bene, benissimo.  Y lo hacía en italiano “porque así lo hacía el Ven. Fundador en su última enfermedad”.

El P. Jaime Clotet ejerció principalmente de hombre de gobierno a las órdenes del Superior General, P. José Xifré.  La divina Providencia les había hecho caminar de la mano a Xifré y Clotet, caracteres enteramente opuestos, para contrastar la virtud de sus siervos en el crisol de las contradicciones y de las humillaciones y mantener en sus obras el equilibrio necesario.

El P. Aguilar describe magistralmente la aventura vital de estas dos providenciales personas en la primera historia de la Congregación claretiana: “Al lado del P. Xifré, carácter enérgico, sin miedo a los peligros, acometedor de grandes empresas, pródigo en sacrificios, indomable en la adversidad y de alientos sobrehumanos, pero dominado de una fe viva y robusta, de una confianza en Dios ilimitada, de un celo por la gloria divina abrasador e inextinguible… puso al P. Clotet, alma igualmente recta y justa como la de aquél, pero de carácter enteramente opuesto, pues el P. Clotet era por naturaleza manso y afable, amante del orden hasta la nimiedad, enemigo de peligrosas aventuras, paciente investigador de las disposiciones canónicas… observador minucioso de las cosas y de las personas,… confiado sí en Dios, pero muy penetrado al mismo tiempo de la obligación de no tentarle y de no traspasar sin verdadera necesidad los límites ordinarios de la divina Providencia” (Aguilar, 246-247).

Las diferencias de criterio, nacidas de la diversidad de caracteres y aptitudes, llevó al P. Clotet a consultar al Padre Claret sobre la conveniencia de renunciar a su cargo. El P. Claret le respondió que no temiese, porque aquella oposición de carácter que veía en el Superior general, sería un grande bien para su espíritu, haciéndole merecer mucho delante de Dios, al mismo tiempo que cotribuiría al mayor bien del Instituto. El P. Clotet y el P. Xifré fueron el uno para el otro como finísimo diamante que mutuamente se labraban y pulimentaban para que brillara más su santidad delante de Dios y ante los hombres.

 

En junio de 1888, después de treinta años de permanecer en su cargo, Jaime Clotet cesa como subdirector General de la Congregación y es nombrado Secretario todavía por un trienio más. Mientras se lo permitan sus fuerzas y sus numerosas ocupaciones, el P. Clotet promoverá diversas tandas de ejercicios espirituales, predicará en novenas y cuaresma a toda clase de personas, dirigirá frecuentes pláticas y homilías a la comunidad en que resida, impulsará la formación catequística de los Estudiantes de la Congregación, e incluso hará gestiones en favor del Catecismo Único Universal.

En junio de 1892, le prohíben predicar por razones de salud; así lo cuenta él mismo:  El P. General me ha dicho que no predique a sacerdotes, ni a ordenandos, ni a las Conferencias de San Vicente de Paul, porque me falta la voz; y que sólo me ocupe en espiritualizar a los de casa, predicando raras veces a los de fuera.

El 4 de febrero de 1898, a los setenta y cinco años de edad, fallece en la comunidad de Gracia el Siervo de Dios Padre Jaime Clotet y Fabrés. Cuando el P. Xifré tuvo noticia de la muerte del que por tantos años había sido su compañero y cooperador en la dirección del Instituto, no pudo contener las lágrimas y rindió a la memoria del santo compañero este cariñoso tributo: “Fue modelo de piedad, celo y ejercicio de todas las virtudes (…). Además de todos sus trabajos apostólicos, extendió su celo a los hospitales y a las cárceles y con especialidad a los sordomudos, a favor de los cuales publicó una obrita de gran utilidad para los que se ocupan en tan piadosa obra (…). Impedido de su vista, se retiró a nuestra casa de Gracia, en donde acabó su vida llena de méritos.”

El 3 de mayo de 1989, el Papa Juan Pablo II lo declaró Venerable.  El decreto de proclamación de la heroicidad de sus virtudes ofrece estas atinadas afirmaciones sobre la vida del Venerable P. Jaime Clotet: “Entre sus hermanos de Congregación ha sido siempre considerado como un perfecto dechado del ideal del Misionero fijado por san Antonio María Claret… Su misión en el Instituto se puede resumir así: firme defensor de la vida interior en un Instituto intensamente apostólico. La presencia de Dios fue un estímulo constante en el ejercicio de todas las virtudes… modelo de justicia, de paz interior y exterior, de moderación, de delicadeza de conciencia, de confianza sin límites en la gracia divina.”

ORACIÓN 

            Dios Padre nuestro, Tú quieres que todas las personas puedan conocer a tu Hijo Jesús. Te pedimos nos concedas que el P. Jaume Clotet sea glorificado per la Iglesia, para que con su ejemplo haya cristianos dispuestos a enseñar el Evangelio, camino de Fe y Amor, a todas las personas sordas. Si es posible, concédeme el favor que te pido, con la ayuda de nuestra Madre Santa María del Silencio. Amen. (se puede rezar el Avemaría)

No olvidemos hoy al Venerable Padre Mariano Avellana

No olvidemos hoy al Venerable Padre Mariano Avellana

Una vez más, el día 14 nos convoca a la memoria mensual de nuestro futuro santo, el Venerable P. Mariano Avellana.

Dignas de memoria permanente y en especial en estos días son sus virtudes heroicas, con las que supo entregarse al trabajo evangelizador al que el Señor lo había llamado, siendo “misionero hasta el fin” por sobre los grandes sufrimientos físicos y las tendencias negativas a las que tuvo que sobreponerse. Tamaño ejemplo constituye la mayor motivación por la venimos rogando al Señor desde hace 35 años que se digne glorificarlo en la tierra realizando el milagro que permita elevarlo en forma inicial a los altares. Para que la luz admirable de su testimonio de vida no quede escondida, sino que, de acuerdo al Evangelio, alumbre desde lo alto nuestras propias vidas y las del pueblo cristiano, animándonos a salir de nuestra comodidad y mediocridades para entregarnos a los más necesitados como él lo hizo.

Y si de ejemplo se trata, cómo no anhelar que brille desde el altar sobre todo el heroísmo con que Mariano Avellana hizo de su vida un martirio diario, al trabajar sin descanso predicando centenares de misiones, mientras mientras sufría dolencias físicas y padecimientos en su cuerpo. No es exagerado homologar así estos padecimientos, soportados durante décadas, con el martirio en que murieron 184 hermanos suyos de congregación enfrentando las balas antes que renegar de su fe en medio de violentos conflictos religiosos.

Hoy, cuando se abaten sobre el mundo numerosas guerras, estallidos sociales y el derrumbe de sistemas económicos que están causando miles de muertes, dolores, hambre y sufrimientos sobre todo en perjuicio de los sectores más pobres y desprotegidos, vale no sólo invocar la intercesión de Mariano Avellana por los graves enfermos, sufrientes y abandonados que tales situaciones provocan, sino asumir el ejemplo de su trabajo incansable para asistirlos y mitigar sus sufrimientos en semejanza a Cristo Jesús.
Que el recuerdo permanente del ejemplo de Mariano, y en especial en estos días 14, nos anime a ser como él “misioneros hasta el fin”, según nuestro respectivo lugar en la vida social y el compromiso al que éste nos obliga de acuerdo a la fe y el evangelio que profesamos.

 

Alfredo Barahona Zuleta
Vicepostulador, Cause V.P. Mariano Avellana

BEATO JOSE MARIA ORMO SERO

BEATO JOSE MARIA ORMO SERO

Misionero Claretiano. 23 años. Estudiante de Teología. Nació en Almatret, un pueblecito de la Provincia y de la Diócesis de Lérida, España, el 18 de agosto de 1913. La muerte temprana de la madre hizo que José María basara su formación en los cuidados del padre y de los maestros. No es de extrañar en José María el carácter algo adusto, aunque de formas simpáticas, que le acompañó siempre, “franco y despejado, y bien desarrollado el sentimiento de la justicia”. Su maestro, prendado de las cualidades del niño, le propone ir a un seminario de religiosos. – “¿Y qué seré?”, pregunta el niño. – “Pues, a lo mejor un gran sabio”. El caso es que José María, con intuición de niño, vio que la cosa era de Dios, pues al compañero que le quiere disuadir, le responde tranquilo: “Yo tengo vocación, y sólo Dios me la puede quitar”. Y a su padre, que lo visita en el Seminario y le pone a prueba diciéndole que por qué no se salía una vez se hubiera aprovechado de los estudios, diecia: “No; esto sería portarme mal con la Congregación. Además, que tengo vocación y quiero ser fiel al llamamiento de Dios”. Así dispuesto llegó hasta el Noviciado, y profesó en la Congregación de los Misioneros Hijos del Corazón de María el 15 de agosto de 1930. A punto ya de concluir la carrera, caía mártir el 13 de agosto de 1936. Su firma la estampó, antes de morir, ante un patriótico y religioso “¡Viva España católica!”. Fue beatificado por el Papa Juan Pablo II el 25 de octubre de 1992.

El Beato P. Claret Pensador

Siendo muchos los prismas que refractan la luz de la realidad hacia Dios, según las perfecciones bajo las que le consideremos, e1 P. Claret escogió él da su eternidad. El pensamiento da la eternidad era como la varita mágica y ponía en función los resortes todos de su corazón. Ya desde niño, de edad de cuatro a cinco años, cuando no podía dormir, se sentaba en el lecho y allí en santo recogimiento y con los ojos mirando al cielo pasaba las horas pensando en el terrible “siempre”… “jamás» de las penas del infierno; haciendo cálculos numerales sobre la eternidad y sin llegar nunca al término; considerando la eternidad de Dios, tenía en su justo valor las cosas de este mundo, al ver su fugacidad, su realidad limitada y poca consistencia, y la vaporosidad del tiempo; embebido en estas contemplaciones su espíritu se abrasaba en amores del Señor y se animaba a rogar por la conversión de los pecadores y moribundos.

Mas tarde, cuando trataba de la elección de estado, movido por el recuerdo de la eternidad que tan profundamente se le grabara en su niñez, dando al traste con los halagos que le ofrecía el mundo, abraza animoso la carrera sacerdotal, y una vez escaladas las gradas del altar santo, véselo recorrer incansable España, Canarias, ponerse a las órdenes de Propaganda Fide, pasar a Cuba, predicando por todas partes el «tempus non est amplius», no hay más tiempo; ésta era el vértice en torno del cual giraba la actividad del P. Claret; éste era el móvil de sus predicaciones y escritos; éste era el fin al que dirigía todos sus esfuerzos en conquistar almas para Jesucristo.
Otro fruto del pensamiento de la eternidad era el lema que cual fiel soldado de Cristo ostentaba en su escudo da armas, el abrasado «charitas Christi urget nos», la caridad de Cristo y el celo por la salvación de las almas me apremia; el ver la brevedad del tiempo y lo mucho que hay que hacer para ganar el mundo para Jesucristo me estimula y acucia de tal suerte que siento arder mi pecho en deseos de recorrer todo el mundo y salvarlo con la predicación de la doctrina de Jesucristo y la brevedad de las cosas humanas.

En verdad que no se equivocaba al P. Claret, al considerar de esta manera lo de este mundo, pues ¿Cómo era era posible que así fuese, si lo consideraba todo con relación a Dios a quien conviene por esencia al ser inmutable, eterno, el centro de nuestra felicidad y la razón suprema de cuánto existe?

Quiera Dios suscitar muchos hombres chapados a lo Claret que prediquen de la eternidad da Dios y de la finitud de lo que ante nutra vista corre y hagan entrar un poco más en razón las deferentes clases de la actual sociedad. ¡Oh! Si considerásemos las cosas bajo el prisma de la eternidad, es decir, si fuésemos pensadores, cuán otros serian los hombres de la presente centuria y cuán otro el aspecto del mundo espiritual de las almas.

José M. Ormo C.M.F.
Cervera, 28 de Enero’de 1934.

TODOS ESTAMOS LLAMADOS A LA SANTIDAD POR EL CAMINO DE LAS BIENAVENTURANZAS (GE 63): 2. «Felices los mansos, porque heredarán la tierra»

TODOS ESTAMOS LLAMADOS A LA SANTIDAD POR EL CAMINO DE LAS BIENAVENTURANZAS (GE 63): 2. «Felices los mansos, porque heredarán la tierra»

Es una expresión fuerte, en este mundo que desde el inicio es un lugar de enemistad, donde se riñe por doquier, donde por todos lados hay odio, donde constantemente clasificamos a los demás por sus ideas, por sus costumbres, y hasta por su forma de hablar o de vestir. En definitiva, es el reino del orgullo y de la vanidad, donde cada uno se cree con el derecho de alzarse por encima de los otros. Sin embargo, aunque parezca imposible, Jesús propone otro estilo: la mansedumbre. Es lo que él practicaba con sus propios discípulos y lo que contemplamos en su entrada a Jerusalén: «Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en una borrica» (Mt 21,5; cf. Za 9,9).

Él dijo: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas» (Mt 11,29). Si vivimos tensos, engreídos ante los demás, terminamos cansados y agotados. Pero cuando miramos sus límites y defectos con ternura y mansedumbre, sin sentirnos más que ellos, podemos darles una mano y evitamos desgastar energías en lamentos inútiles. Para santa Teresa de Lisieux «la caridad perfecta consiste en soportar los defectos de los demás, en no escandalizarse de sus debilidades».

Pablo menciona la mansedumbre como un fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,23). Propone que, si alguna vez nos preocupan las malas acciones del hermano, nos acerquemos a corregirle, pero «con espíritu de mansedumbre» (Ga 6,1), y recuerda: «Piensa que también tú puedes ser tentado» (ibíd.). Aun cuando uno defienda su fe y sus convicciones debe hacerlo con mansedumbre (cf. 1 P 3,16), y hasta los adversarios deben ser tratados con mansedumbre (cf. 2 Tm 2,25). En la Iglesia muchas veces nos hemos equivocado por no haber acogido este pedido de la Palabra divina.

La mansedumbre es otra expresión de la pobreza interior, de quien deposita su confianza solo en Dios. De hecho, en la Biblia suele usarse la misma palabra anawin para referirse a los pobres y a los mansos. Alguien podría objetar: «Si yo soy tan manso, pensarán que soy un necio, que soy tonto o débil». Tal vez sea así, pero dejemos que los demás piensen esto. Es mejor ser siempre mansos, y se cumplirán nuestros mayores anhelos: los mansos «poseerán la tierra», es decir, verán cumplidas en sus vidas las promesas de Dios. Porque los mansos, más allá de lo que digan las circunstancias, esperan en el Señor, y los que esperan en el Señor poseerán la tierra y gozarán de inmensa paz (cf. Sal 37,9.11). Al mismo tiempo, el Señor confía en ellos: «En ese pondré mis ojos, en el humilde y el abatido, que se estremece ante mis palabras» (Is 66,2).

Reaccionar con humilde mansedumbre, esto es santidad.Cf. EG, 71-74

TODOS ESTAMOS LLAMADOS A LA SANTIDAD POR EL CAMINO DE LAS BIENAVENTURANZAS (GE 63): «Felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos»

TODOS ESTAMOS LLAMADOS A LA SANTIDAD POR EL CAMINO DE LAS BIENAVENTURANZAS (GE 63): «Felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos»

“Puede haber muchas teorías sobre lo que es la santidad, abundantes explicaciones y distinciones. Esa reflexión podría ser útil, pero nada es más iluminador que volver a las palabras de Jesús y recoger su modo de transmitir la verdad. Jesús explicó con toda sencillez qué es ser santos, y lo hizo cuando nos dejó las bienaventuranzas (cf. Mt 5,3-12; Lc 6,20-23). Son como el carnet de identidad del cristiano. Así, si alguno de nosotros se plantea la pregunta: «¿Cómo se hace para llegar a ser un buen cristiano?», la respuesta es sencilla: es necesario hacer, cada uno a su modo, lo que dice Jesús en el sermón de las bienaventuranzas”. (Gaudete et Exsultate, n.63)

1. «Felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos»

El Evangelio nos invita a reconocer la verdad de nuestro corazón, para ver dónde colocamos la seguridad de nuestra vida. Normalmente el rico se siente seguro con sus riquezas, y cree que cuando están en riesgo, todo el sentido de su vida en la tierra se desmorona. Jesús mismo nos lo dijo en la parábola del rico insensato, de ese hombre seguro que, como necio, no pensaba que podría morir ese mismo día (cf. Lc 12,16-21).

Las riquezas no te aseguran nada. Es más: cuando el corazón se siente rico, está tan satisfecho de sí mismo que no tiene espacio para la Palabra de Dios, para amar a los hermanos ni para gozar de las cosas más grandes de la vida. Así se priva de los mayores bienes. Por eso Jesús llama felices a los pobres de espíritu, que tienen el corazón pobre, donde puede entrar el Señor con su constante novedad.

Esta pobreza de espíritu está muy relacionada con aquella «santa indiferencia» que proponía san Ignacio de Loyola, en la cual alcanzamos una hermosa libertad interior: «Es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás».

Lucas no habla de una pobreza «de espíritu» sino de ser «pobres» a secas (cf. Lc 6,20), y así nos invita también a una existencia austera y despojada. De ese modo, nos convoca a compartir la vida de los más necesitados, la vida que llevaron los Apóstoles, y en definitiva a configurarnos con Jesús, que «siendo rico se hizo pobre» (2 Co 8,9).

Ser pobre en el corazón, esto es santidad.

Cf. EG, 67-70

CLARET Y BALMES – Beato José Brengaret Pujol; n. 18.01.1913 en Sant Jordi Desvalls (Gerona); + 23 años, acabado 4º de Teología

CLARET Y BALMES – Beato José Brengaret Pujol; n. 18.01.1913 en Sant Jordi Desvalls (Gerona); + 23 años, acabado 4º de Teología

¡Claret y Balmes! No ha sido a la verdad el capricho de algunos escritores el que ha juntado estos dos ilustres nombres. Fue la mano providente de Dios la que, formado con estas dos rojas lenguas de fuego una sola llama, llama de luz u llama de vida, alumbró los oscuros y difíciles caminos de la nación española en la pasada centuria.
Llega el año 1840; y los dos paladines de la causa católica salen al campo de batalla, casi a un mismo tiempo. Por el mes de abril publica Balmes su primer libro en defensa del clero católico. En agosto del mismo año comienza el Padre Claret aquella gloriosa serie de misiones, que obraron maravillas en incontables pueblos en toda España.

Pasma verdaderamente contemplar la vida del Apóstol sallentino, tan virtuosa, tan aprovechada, aureolada muchas veces con los resplandores del milagro, y coronada siempre con fulgores de santidad. Mas ¿quién podrá olvidar el tesoro de ciencia que supone la multitud de sus criterios, el caudal de conocimientos que exigió su predicación incesante, cargada de luminosas ideas y basada siempre en la Sagrada Escritura y en los escritos de los Sto. PP. Y Doctores de la Iglesia.

Grandiosa fu la producción literaria de Balmes, suficiente ella sola para formar una biblioteca. Mas esta sabiduría eminente y esta prodigiosa fecundidad, sostenidas siempre por la perfecta sumisión a la autoridad de la Iglesia y una humilde devoción al Rosario, dieron al espíritu del filósofo catalán aquella constante elevación, sinceridad y pureza que en el Apóstol sallentino brillaron con fulgores de santidad eminente.

Ambos atletas salieron a la palestra, empuñando las mismas armas de combate, como quiera que ambos habían moldeado sus entendimientos en idéntico troquel. Así, el Santo Arzobispo Claret escribía en su Plan de Estudios para el Seminario del escorial: “Sea cualquiera el autor que se explique en las aulas, si se quiere saber Teología, téngase siempre ante los ojos la Suma de Santo Tomás”. Y Balmes decía: “En las Suma de Santo Tomás se encuentra todo: “Filosofía, Religión, Derecho, todo está, como en capullo, en aquellas lacónicas frases que encierran en sí riquezas de ciencia no soñadas”.

Y ¿por qué no decirlo? Almas gemelas mostrárnosle también las Claret y Balmes, cuando la mano de la tribulación y de la calumnia llamó a sus puertas. Al ser torcidamente interpretadas las nobles intenciones del autor de “Pio IX”, así contestó el humilde filósofo a un amigo que le incitaba a la defensa: “La verdad, la virtud, la consciencia, Dios he aquí donde hemos de fijar nuestras miradas; lo demás pasa presto”. Y al llegar para el Confesor de Isabel II y santo Arzobispo de Cuba la hora de la tribulación y al ser calumniado y vilipendiado en diarios, revistas y folletos, como quizás ningún otro santo lo haya sido, y devora en el silencio de su corazón el pan amargo de la calumnia y del vilipendio; y con el corazón puesto en Dios y la frente serena marcha decidido al destierro.

¡Claret y Balmes! He aquí dos almas gemelas, he aquí dos corazones hermanos, dos ideas que a la par brotaron de la mente de Dios. Ellos fueron los “dos querubines de oro macizo que con sus alas cubrieron el propiciatorio de la Iglesia española en el siglo XIX”. ¡Honor a sus nombres ilustres!

José Brengaret Pujol

Pascua 2022

Pascua 2022

Cristo ha resucitado,
y con Él ha resucitado nuestra esperanza

(Papa Juan Pablo II)

 

¡Cristo ha resucitado! Y tenemos la oportunidad de abrirnos y recibir su regalo de esperanza. Abrámonos a la esperanza y pongámonos en camino; que el recuerdo de sus actos y palabras sea una luz brillante que guíe nuestros pasos con confianza, hacia esa Pascua que no tendrá fin.

Que la alegría de la resurrección nos libere de la soledad, la debilidad y el miedo hacia la fuerza, la paz y la felicidad.

 

P. Krzysztof Gierat CMF

Postulación general
de los Misioneros Claretianos

En el camino hacia la apertura del proceso de la causa del martirio del P. Rhoel Gallardo, misionero claretiano de Filipinas

En el camino hacia la apertura del proceso de la causa del martirio del P. Rhoel Gallardo, misionero claretiano de Filipinas

Los Misioneros Claretianos de la Provincia de Filipinas, al celebrar sus 75 años de presencia claretiana en Filipinas, han comenzado a preparar la documentación para el inicio del proceso de beatificación por martirio del Padre Rhoel Gallardo. Se trata de un sacerdote claretiano secuestrado por el grupo extremista musulmán Abu Sayyaf y asesinado el 3 de mayo de 2000 en la isla de Basilan.

El 3 de mayo de 2021, Mons. Leo Dalmao, CMF, prelado de la Prelatura Territorial de Isabela, celebró la Eucaristía por el vigésimo primer aniversario de la muerte del Padre Rhoel y el inicio de estos preparativos. La celebración tuvo lugar en la iglesia de la Parroquia de San Vicente Ferrer en Tumahubong, el pueblo donde el sacerdote ejerció su ministerio, rezando por la paz.

Para los Claretianos, Tumahubong equivale a P. Gallardo y a muchos otros que también derramaron su sangre por su fe y sus principios. Es la tierra prometida, el campo de pruebas de los corazones arduos para la misión, el amor de los que ven a Jesús en medio de los conflictos religiosos y políticos.

El 3 de mayo de 2000, el P. Gallardo murió en un fuego cruzado entre el grupo Abu Sayyaf que lo tenía como rehén y las fuerzas de seguridad que intentaban rescatar a los secuestrados. El sacerdote, el director de la escuela, cuatro profesores y los alumnos del Colegio Claret de Tumahubong fueron mantenidos en cautividad desde el 20 de marzo. Lo encontraron con tres heridas de bala a corta distancia en la cabeza, el hombro y la espalda, y le habían arrancado las uñas del dedo índice y del pie. Los bandidos también mataron a tres profesores y cinco niños.

Basilan es un conocido bastión de Abu Sayyaf, conocido por sus secuestros para pedir rescate y otras atrocidades.La crisis de los rehenes, que duró mes y medio, fue también un día de heroísmo para el misionero de 34 años.

Los testigos dicen que siempre buscaba a las maestras cuando se separaban de otros cautivos. Su preocupación irritó a los bandidos, que le propinaron puñetazos y patadas hasta dejarle muy magullado. Los que sobrevivieron también recordaron cómo Gallardo les pedía que no perdieran la esperanza y rezaran el rosario. Lo hacían con discreción, ya que sus secuestradores les prohibían rezar, obligándoles incluso a renegar del cristianismo.

El padre Rhoel Gallardo nació en la ciudad de Olongapo, al norte de Manila, el 29 de noviembre de 1965. Gallardo tuvo un primer contacto con la vida misionera durante su noviciado en la ciudad de Bunguiao, en Zamboanga. Hizo su primera profesión religiosa en 1989 en Isabela y completó su año pastoral en la ciudad de Maluso, también en Basilan. En su solicitud de profesión perpetua, escribió: «Mi inmersión pastoral en Basilan el año pasado me hizo experimentar concretamente nuestra vida y misión testimonial y evangelizadora entre los pobres (así como) la presencia de nuestra Comunidad en el diálogo de vida y fe con nuestros hermanos y hermanas musulmanes». «Estas experiencias, en su conjunto, se han convertido en un verdadero reto para mí para ser un misionero comprometido y un testigo activo del amor liberador de Dios por la humanidad… consciente de que nuestra vida y misión exigen una entrega total para mayor gloria de Dios y la salvación de la humanidad», añadió.

El P. Gallardo hizo su profesión perpetua en 1993 y fue ordenado sacerdote en la Parroquia del Inmaculado Corazón de María de Quezon City en 1994. Unos años después de su ordenación, se ofreció como voluntario para ir a Tumahubong, un pueblo de la ciudad de Sumisip, en la provincia de Basilan, donde ejerció como director del Colegio Claret y párroco de la parroquia de San Vicente Ferrer.

El padre Gallardo fue el primer sacerdote secuestrado en Basilán que fue asesinado. Otros sacerdotes y monjas habían sido secuestrados, incluso golpeados, pero al final todos fueron liberados. La gente ya lo considera un mártir, un héroe. Los otros rehenes dijeron que no quiso entregar la cruz y el rosario, como querían los islamistas. Por eso lo torturaron arrancándole las uñas. Sufrió mucho; sin embargo, como director de la escuela, incluso en el cautiverio, se preocupaba ante todo por los profesores y los niños que le habían sido confiados. Ofreció su vida por la gente que le rodeaba.

El Padre Claret y la política – por Sebastián Riera Coromina; n. 13.10.1913 en Ribas de Freser (Girona); + 22 años; acabado 4º de Teología.

El Padre Claret y la política – por Sebastián Riera Coromina; n. 13.10.1913 en Ribas de Freser (Girona); + 22 años; acabado 4º de Teología.

Nadie ignora el estado anormal de España en el pasado siglo; Las guerras y revoluciones internas los frecuentes cambios de Gobierno. E esta época crítica por demás aparece en el palenque de la historia patria el Venerable P. Claret, para desempeñar uno de los cargos ms comprometidos, el de Confesor de la reina.

A pesar de ser tan fácil en palacio el enredarse en cuestiones ajenas a su ministerio, siempre se ha halló divorciado de la política, como nos lo aseguran quienes le conocieron, de cerca y él mismo lo afirma al escribir: “En materias de política jamás me he querido meter” (Autobiografía, parte III, cap. 12). No se crea por esto olvidaba el Venerable el intimar a Isabel II sus deberes de Reina, como nota el P. Aguilar en la “Vida admirable del Siervo de Dios”.

En lo puramente político se portó con la mayor circunspección. Así lo dice el Ilmo. Sr. Arzobispo de granada, Don Bienvenido Monzón en carta de 14 de enero 1880 con estas textuales palabras: “Yo creo que el Sr, Claret y en sus circunstancias supo como pocos y quizá como nadie, conciliar la sencillez de la paloma con la astucia necesaria de la serpiente para no enredarse nunca, ni dejarse enredar, ni en las secretas tramas palaciegas, ni en las intrigas y luchas candentes de los partidos políticos que se disputaban el poder y se quitaban de las manos las riendas del Gobierno, para conservar íntegra e inviolable la santa libertad e independencia de su sagrado ministerio”.

Que este sea el genuino espíritu del Venerable nos lo confirma la regla que prescribió para sus Hijos los Misioneros. Reza así: “Absténganse de política a no ser por causa de la religión y acaten las disposiciones de las autoridades civiles mientras no se opongan a las leyes divinas o eclesiásticas” (Constituciones, parte II, cap. 16).

Y la cumplió prácticamente, al firmar la Reina el reconocimiento de Italia, separándose de su lado; y no volviendo a la corte hasta que se lo mandó el mismo Pío IX.

Conducta digna de imitarse en todos tiempos y que debiera ser la norma del Clero español.

Sebastián Riera, C.M.F.

– Tomado de «Los mártires honran al padre fundador» (Cervera 1934).

«Orar en comunión con los santos»

«Orar en comunión con los santos»

Papa Francisco, Audiencia General, 07.04.2021

Cuando rezamos, nunca lo hacemos solos: aunque no pensemos en ello, estamos inmersos en un majestuoso río de invocaciones que va delante de nosotros y continúa después.

En las oraciones que encontramos en la Biblia, y que a menudo resuenan en la liturgia, hay un rastro de historias antiguas, de liberaciones prodigiosas, de deportaciones y exilios tristes, de retornos conmovedores, de alabanzas que fluyen ante las maravillas de la creación… Y así estas voces se transmiten de generación en generación, en un continuo entrelazamiento entre la experiencia personal y la del pueblo y la humanidad a la que pertenecemos. Nadie puede desprenderse de su propia historia, de la historia de su propio pueblo; siempre llevamos esta herencia en nuestras costumbres y también en nuestra oración. En la oración de alabanza, sobre todo en la que florece en el corazón de los pequeños y de los humildes, resuena algo del canto del Magnificat que María elevó a Dios ante su pariente Isabel; o de la exclamación del anciano Simeón que, tomando al Niño Jesús en brazos, dijo: «Ahora puedes dejar ir a tu siervo en paz, Señor, según tu palabra» (Lc 2,29).

Las oraciones -las buenas- son «difusivas», se extienden continuamente, con o sin mensajes en las «redes sociales»: desde las salas de los hospitales, desde los momentos de reunión festiva así como desde aquellos en los que se sufre en silencio… El dolor de cada persona es el dolor de todos, y la felicidad de unos se traslada al alma de otros. El dolor y la felicidad forman parte de la misma historia: son historias que hacen historia en la propia vida. Revives la historia con tus propias palabras, pero la experiencia es la misma.

La oración siempre renace: cada vez que unimos nuestras manos y abrimos nuestro corazón a Dios, nos encontramos en una compañía de santos anónimos y santos reconocidos que rezan con nosotros, y que interceden por nosotros, como hermanos mayores que han pasado por la misma aventura humana que nosotros. En la Iglesia no hay luto que permanezca solitario, no hay lágrima que se derrame en el olvido, porque todo respira y participa de una gracia común. No es casualidad que en las iglesias antiguas los entierros estuvieran en el jardín que rodea el edificio sagrado, como si se quisiera decir que en cada Eucaristía participa de alguna manera la hostia de los que nos han precedido. Están nuestros padres y nuestros abuelos, están los padrinos, están los catequistas y los demás educadores… Esa fe transmitida, contagiada, que hemos recibido: con la fe se ha transmitido también el modo de rezar, la oración.

Los santos siguen aquí, no lejos de nosotros; y sus representaciones en las iglesias evocan esa «nube de testigos» que siempre nos rodea (cf. Hb 12,1). Hemos escuchado al principio la lectura del pasaje de la Carta a los Hebreos. Son testigos a los que no adoramos -por supuesto, no adoramos a estos santos-, pero a los que veneramos y que de mil maneras diferentes nos remiten a Jesucristo, el único Señor y Mediador entre Dios y los hombres. Un santo que no te recuerda a Jesucristo no es un santo, ni siquiera un cristiano. Un santo te hace recordar a Jesucristo porque ha recorrido el camino de la vida como cristiano. Los santos nos recuerdan que incluso en nuestras vidas, aunque sean débiles y estén marcadas por el pecado, puede florecer la santidad. En los Evangelios leemos que el primer santo «canonizado» fue un ladrón y «canonizado» no por un Papa, sino por el propio Jesús. La santidad es un camino de vida, de encuentro con Jesús, sea largo o corto, sea en un instante, pero siempre es un testimonio. Un santo es el testimonio de un hombre o una mujer que ha encontrado a Jesús y lo ha seguido. Nunca es tarde para convertirse al Señor, que es bueno y grande en amor (cf. Sal 102,8).

El Catecismo explica que los santos «contemplan a Dios, lo alaban y no dejan de ocuparse de los que han dejado en la tierra. […] Su intercesión es el más alto servicio que prestan al plan de Dios. Podemos y debemos pedirles que intercedan por nosotros y por el mundo entero» (CIC, 2683). En Cristo existe una misteriosa solidaridad entre los que han pasado a la otra vida y nosotros, peregrinos en ésta: nuestros seres queridos fallecidos, desde el Cielo, siguen cuidando de nosotros. Ellos rezan por nosotros y nosotros rezamos por ellos, y rezamos con ellos.

Este vínculo de oración entre nosotros y los santos, es decir, entre nosotros y las personas que han llegado a la plenitud de la vida, este vínculo de oración ya lo experimentamos aquí, en la vida terrenal: rezamos unos por otros, pedimos y ofrecemos oraciones… La primera forma de rezar por alguien es hablar con Dios sobre él o ella. Si lo hacemos con frecuencia, cada día, nuestro corazón no se cierra, sino que permanece abierto a nuestros hermanos y hermanas. Rezar por los demás es la primera forma de amarlos, y nos impulsa a estar cerca de ellos. Incluso en tiempos de conflicto, una forma de disolver el conflicto, de suavizarlo, es rezar por la persona con la que estoy en conflicto. Y algo cambia con la oración. Lo primero que cambia es mi corazón, es mi actitud. El Señor lo cambia para hacer posible un encuentro, un nuevo encuentro, y para evitar que el conflicto se convierta en una guerra sin fin.

La primera manera de afrontar un momento de angustia es pedir a los hermanos, a los santos sobre todo, que recen por nosotros. El nombre que se nos da en el bautismo no es una etiqueta ni una decoración. Suele ser el nombre de la Virgen, de una Santa o de un Santo, que no espera otra cosa que «echarnos una mano» en la vida, echarnos una mano para obtener de Dios las gracias que más necesitamos. Si en nuestra vida las pruebas no han llegado a su punto álgido, si todavía somos capaces de perseverar, si a pesar de todo seguimos adelante con confianza, quizás todo esto, más que a nuestros méritos, se lo debemos a la intercesión de muchos santos, unos en el Cielo, otros peregrinos como nosotros en la tierra, que nos han protegido y acompañado porque todos sabemos que aquí en la tierra hay personas santas, hombres y mujeres santos que viven en santidad. Ellos no lo saben, nosotros tampoco, pero hay santos, santos cotidianos, santos ocultos o como me gusta decir los «santos de al lado», los que conviven con nosotros en la vida, que trabajan con nosotros, y llevan una vida de santidad.

Bendito sea, pues, Jesucristo, único Salvador del mundo, junto con esta inmensa floración de santos y santas que pueblan la tierra y que han hecho de su vida una alabanza a Dios. Porque -como afirmaba San Basilio- «para el Espíritu el santo es una morada particularmente adecuada, ya que se ofrece para habitar con Dios y es llamado su templo» (Liber de Spiritu Sancto, 26, 62: PG 32, 184A; cf. CIC, 2684).