Avanza el año hasta octubre de este emblemático 2024, en que venimos conmemorando los 120 años de la pascua del Venerable P. Mariano Avellana y los 175 de la Congregación Claretiana. Y en este mes tan netamente claretianos no podemos dejar de valorar el carisma que el santo Fundador imprimió a fuego en el alma de Mariano y lo llevó a su entrega misionera hasta rendir en ella la vida. Sin este motor vital habría sido imposible que su hijo esclarecido evangelizara sin descanso en el confín americano que recién venía conociendo; y que lo hiciera en medio de sufrimientos físicos enormes y hasta caer rendido de muerte en la última de sus centenares de misiones.
Un país de contrastes
Uno de sus grandes escritores bautizó a Chile como una “loca Geografía”, al constatar que además de ser el segundo país más largo y el más angosto del mundo, reúne desde su desértica “puerta norte”, hasta los glaciares antárticos, y desde la Cordillera de los Andes hasta el Océano Pacífico, casi todos los climas posibles.
No obstante, sus enormes contrastes sociales –que con diversos niveles y matices han perdurado a lo largo de sus casi 500 años de historia– constituyen elemento casi permanente de tensión que en los 31 años de apostolado infatigable de Mariano era particularmente agudo.
País minero y agrícola por excelencia, esta segunda característica fue la más extensa hasta muy entrado el siglo XX. Si bien la minería extractiva aportó desde los tiempos de Mariano una parte esencial del erario nacional, la agricultura de mera subsistencia y la mala explotación de la tierra en enormes latifundios que concentraban gran pobreza y un sistema patronal feudal, perduraron largamente. Entretanto la industrialización impulsada por el Estado se abría paso hasta consolidarse en forma que llegó a ser ejemplar en Latinoamérica.
Un punto de inflexión trascendental se abrió justamente cuando Mariano pisaba tierra chilena en 1873: se había descubierto en el área enorme del Desierto de Atacama boliviano-chileno-peruano la mayor concentración planetaria de un producto entonces muy valioso tanto para la fertilización agrícola como para la fabricación de explosivos en la industria bélica: el salitre, mezcla de nitrato de sodio y nitrato de potasio, que asociado con otros minerales se extrae de las minas en un concentrado llamado caliche.
El control y beneficios de todo el sistema productivo –así como el manejo político – por parte de las élites nacionales se concentraban entonces en Santiago y otras pocas ciudades importantes. Por ello el campesino pobre y hambriento fue convergiendo cada vez más sobre ellas, hasta conformar cinturones enormes de miseria, enfermedades, desolación y muerte alrededor de los centros relativamente desarrollados y opulentos.
El campo de misión de Mariano
Esta fue la realidad a la que se enfrentó Mariano Avellana apenas puso pie en Santiago, donde los misioneros claretianos habían arribado sólo tres años antes, para llegar a hacer de Chile el primer país donde lograrían consolidarse fuera de su natal España y comenzar a extenderse por América.
Imbuidos del carisma del Fundador, sus hijos habían aceptado instalarse precisamente en uno de los sectores más miserables y abandonados de la emergente capital del país. Entregados de lleno a tal realidad, los misioneros no sólo evangelizaron a una población paupérrima, mayoritariamente analfabeta, con hombres esclavizados por el alcoholismo, y con la consiguiente violencia familiar. Repartieron también alimentos, enseñaron a producir comida y medicinas naturales ante la falta de servicios médicos, crearon una escuela, y a poco andar iniciaron la construcción de un templo dedicado al Corazón de su Madre, que con el tiempo llegaría a ser la primera Basílica del Corazón de María en el mundo
Desde esta sede primaria partió el Padre Mariano misionando por las parroquias, capillas de fundos y campos de los alrededores. Poco a poco extendió su radio de acción, viajando ya fuera a lomo de caballo, en carretelas, a pie, en los primeros trenes que surcaban el país, o en las bodegas de viejos barcos de carga.
Introduciéndose sin asco en los tugurios donde imperaban el hacinamiento, el desaseo, las pestes y los sufrimientos de toda índole, llegó a “peinar más de 1.500 kilómetros a lo largo del país, misionando sin descanso. A pesar de que un herpes muy doloroso le erosionó el vientre durante 20 años hasta su muerte; en medio de los cuales le reventó una herida en una pierna que, lejos de curarse, le creció hasta llegar a ser del tamaño de una mano abierta y lo acompañó también hasta morir. Sin embargo, nunca mencionó estos problemas, no aminoró por ellos su ritmo de trabajo, y hasta siguió cabalgando por los campos y montañas de la loca geografía chilena.
Caliche sangriento
La ambición por el salitre despertó la codicia internacional y el conflicto entre los tres países productores. A los seis años de llegar Mariano, en 1879 Chile se embarcó en un conflicto armado contra Perú y Bolivia, paradojalmente conocido como la “Guerra del Pacífico”, siendo más bien “Guerra del Salitre”. Chile resultó triunfador y se anexó las regiones del Desierto que antes fueron peruana y boliviana. Hoy son las más grandes del país y las más ricas en recursos mineros.
Como consecuencia, una “fiebre del oro blanco” sembró el desierto de explotaciones salitreras, miles de kilómetros de vías férreas, y una concentración nunca vista de obreros, que poco a poco se hacinaron en ellas con sus familias.
Se suponía que los capitales de explotación serían chilenos, pero el Estado privatizó las faenas para lograr impuestos altos en favor de las arcas fiscales, y así las llamadas “Oficinas Salitreras” terminaron en poder de capitales mayoritariamente ingleses y de otros países.
Se repitieron e incrementaron allí los enormes contrastes sociales, las injusticias y los abusos laborales que habían predominado en las explotaciones agrícolas tradicionales. Al punto que los salarios no se pagaban en dinero, sino en fichas canjeables por alimentos y productos esenciales sólo en almacenes llamados “pulperías” de los mismos empresarios, los que, salvo honrosas excepciones, cometían así usuras abominables.
Pero el desarrollo enorme de la industria minera se convirtió también en un nuevo campo de evangelización para los hijos de Claret, y especialmente para el Padre Mariano. Residiendo por largos años en las comunidades abiertas en La Serena y Coquimbo, unos 480 km al norte de la capital, él se desplazaba hasta los minerales situados en el área de Copiapó –actual región de Atacama-, y más al norte, en la de Antofagasta. A pesar de que en ellos reinaban la irreligiosidad, las borracheras, el libertinaje, la prostitución y abuso de mujeres, el ya conocido como “Apóstol del Norte” alzaba por todas partes su potente voz para remecer conciencias, rectificar rumbos, recomponer familias, cristianizar ambientes.
No obstante, las injusticias sociales llegaron a provocar grandes tragedias. Había ya fallecido el Padre Mariano cuando, en 1907, obreros de diversas oficinas salitreras se declararon en huelga y, con sus mujeres e hijos, bajaron en masa desde las explotaciones en la Cordillera de los Andes hasta las gerencias situadas en el puerto de Iquique, unos 1.800 km al norte de Santiago, para exigir mejoras salariales y laborales. Se reunieron en la Escuela Santa María, y pronto se les sumaron otros gremios, hasta que el puerto quedó virtualmente paralizado.
Ante las órdenes del Gobierno desde Santiago, fuerzas militares ordenaron a los huelguistas desalojar la escuela y abandonar la ciudad. Como se negaron, hombres, mujeres y niños fueron acribillados sin piedad. Según el Gobierno, hubo 126 muertos. Pero diversas fuentes los sitúan entre 2.200 y 3.600. La cifra exacta nunca fue esclarecida.
Alfredo Barahona Zuleta
Vicepostulador, Causa del V. P. Mariano Avellana, cmf
Cuando este 2024 seguimos conmemorando los 120 años de la pascua del Venerable P. Mariano Avellana, considerado el mayor evangelizador en más de 150 de historia de los misioneros claretianos en el confín de América, es oportunidad especialmente propicia para proyectar su figura al presente. De esta forma podremos imaginar con qué mensajes y acciones recorrería hoy miles de kilómetros, en comparación con los que llevó antaño por tierra chilena, en las más de 700 misiones, ejercicios espirituales y profundas reflexiones que, con abnegación y sufrimientos “heroicos”, predicó por más de 30 años; sobre todo a los enfermos, los encarcelados y los más postergados por la sociedad.
Mariano, incansable en sus ansias de cristianizar al país desconocido donde se sintió enviado para hacerse en ello “o santo, o muerto”, alzó su vozarrón y buscó transformar de acuerdo al Evangelio y según la realidad de su tiempo, la impiedad religiosa, situaciones de pecado, injusticias y abusos enormes contra los más débiles con que allí se encontró. Y no cejó en ello hasta caer mortalmente rendido en la última de sus misiones.
Misionar en el mundo actual
Las realidades de hoy son, por cierto, muy diferentes a las de entonces. Un mundo globalizado ha optado en gran parte por un modelo de desarrollo destructor del medio ambiente, a un nivel que está conduciendo a la especie humana al borde de la extinción. En medio de él, situaciones de miseria, abusos o persecución han desatado migraciones masivas de seres desesperados que, persiguiendo el espejismo de la abundancia, perecen por miles en el océano o son impedidos de entrar en los modernos Jaujas padeciendo otros tantos sufrimientos, abusos y muertes. ¿Podemos suponer que Mariano Avellana guardaría silencio al respecto en sus extenuantes correrías misioneras?
Decenas de guerras endémicas que a nadie importan, y otras nuevas que sí logran noticia por la magnitud de sus horrores y posibles escaladas, que podrían llevar a un conflicto mundial de consecuencias inimaginables para la humanidad entera, ¿no entrarían en las exigencias de concientización y acciones coherentes que Mariano pretendería como obligaciones primordiales de los cristianos de hoy?
Los innumerables abusos, injusticias y vejaciones de los más débiles que imperan en la economía, el trabajo y otros ámbitos de las relaciones personales y sociales de hoy, así como las violaciones de derechos esenciales, ya sea a la vida, la integridad, la salud, alimentación, salarios justos, vivienda, educación, protección de la niñez, de la mujer abusada y asesinada, de los ancianos descartados, y tantas otras realidades, ¿no serían temas acuciantes para la palabra y acción del discípulo insigne de Claret que fue Mariano Avellana?
No podemos pensar que permanecería impasible y no exigiría a los cristianos “hacer líos”, como lo impele el papa Francisco. Menos aun guardaría silencio frente a los más de 36.000 muertos, en su mayoría mujeres, niños y ancianos inocentes, sobre 78.000 heridos, 1.500.000 desplazados a punta de cañonazos, y más del 70% de destrucción de toda la infraestructura de la Franja de Gaza, parte sustancial de la tierra donde puso su tienda y deseó innumerables veces la paz el Hijo de Dios.
Ni haría lo mismo frente a la guerra entre Rusia y Ucrania, que data de al menos 10 años y en los dos últimos ha provocado más de 80.000 muertos.
Ejemplo que cuestiona y exige
Cómo orientaría a sus misionados frente a estas y otras lacras de nuestro mundo actual, sólo podemos suponerlo. Pero conociendo la forma en que se planteó de palabra y obra frente al suyo, es dable inferir qué talante de misionero sería hoy el de Mariano Avellana.
A 120 años de su muerte, bien vale no sólo reflexionarlo, sino sobre todo extraer el ejemplo que su figura ofrece a la familia claretiana toda, religiosos y laicos, hombres y mujeres, para quienes su paso por la tierra no es un mero modelo por contemplar, sino un paradigma exigente de vida y acción misionera según el carisma cabal de Antonio María Claret. Este fue la fuente en que se inspiró Mariano para ser el misionero insigne que anhelamos ver en los altares; como testimonio de lo que significa ser el misionero “que arde en caridad, abrasa por donde pasa y procura por todos los medios la gloria de Dios y la salvación de los seres humanos”.
Alfredo Barahona Zuleta
Vicepostulador, Causa del Ven. P. Mariano Avellana, cmf
En la teología cristiana, la santidad es un concepto central que está profundamente entrelazado con el misterio de la Resurrección de Jesucristo. Este vínculo fundamental entre santidad y Resurrección se extiende más allá del contexto religioso, tocando las cuerdas más profundas de la experiencia humana y la búsqueda de sentido.
La santidad, en su esencia, denota un estado de pureza, plenitud y cercanía a Dios. Es un ideal que recorre muchas tradiciones espirituales, impulsando a los individuos a perseguir la virtud, la compasión y la devoción. Sin embargo, es en el cristianismo donde la santidad adquiere un significado particularmente intenso, asociándose a menudo a la figura de Jesucristo, considerado el modelo supremo de santidad.
Por otra parte, el misterio de la Resurrección representa el núcleo de la fe cristiana. La creencia en la resurrección de Jesucristo de entre los muertos es fundamental para comprender la redención y la vida eterna. Este acontecimiento extraordinario no sólo da sentido y esperanza a la vida cristiana, sino que también plantea cuestiones profundas sobre la naturaleza misma de la existencia humana y la posibilidad de la trascendencia.
En el contexto de la santidad, la Resurrección adquiere un significado aún más profundo. Revela la victoria definitiva de Dios sobre la muerte y el mal, ofreciendo un paradigma de transformación radical y renacimiento espiritual. La santidad se convierte así en una invitación a participar en esta misma vida nueva, a abrazar el poder transformador del amor divino y a vivir en comunión con Dios y con los demás.
Sin embargo, la búsqueda de la santidad no es un camino fácil ni lineal. Requiere compromiso, sacrificio y una constante conversión interior. Es un camino de altibajos, de lucha y de gracia, en el que cada uno está llamado a afrontar sus debilidades y a crecer en la virtud y en la fe.
En este contexto, la Resurrección de Cristo se convierte en fuente de esperanza y fortaleza. Nos recuerda que, incluso en las pruebas más oscuras y en las situaciones aparentemente sin salida, siempre existe la posibilidad de una vida nueva, de un renacimiento inesperado. La santidad se convierte así en un testimonio vivo de esta realidad, un testimonio de vida que desafía las limitaciones humanas y abre la puerta a la gracia divina.
En última instancia, el vínculo entre santidad y Resurrección nos invita a reflexionar sobre el sentido más profundo de nuestra existencia y la posibilidad de una transformación radical a través del amor y la gracia de Dios. Es una llamada a vivir con esperanza y confianza, conscientes de que, incluso en la oscuridad más densa, la luz de la Resurrección sigue brillando, ofreciendo un camino hacia la santidad y la vida eterna.
¡Que nuestra existencia sea conquistada y transformada por la Resurrección! ¡Feliz Pascua a todos!
Nació en Miralcamp (Lérida) el 4 de octubre de 1912. Desde muy joven mostró una marcada atracción por la oración y el recogimiento.
Ingresó primero en el seminario diocesano de Solsona y después en el seminario claretiano de Vic.
Emitió sus votos religiosos el 15 de agosto de 1929. La continuación de su carrera se vio dificultada por la ley del servicio militar y las circunstancias especiales.
Ya en 1931 intuyó el peligro y escribió a su casa: «En cuanto a la situación actual, vivimos al día. Nos ponemos en manos de Dios porque puede pasar cualquier cosa».
Estamos serenos -escribe en diciembre de 1934- en medio de la incertidumbre que reina en todas partes y que puede trastornar las cosas de un día para otro».
Vivía en Barbastro desde agosto de 1935; en el momento de su encarcelamiento acababa de terminar sus estudios de teología.
Se dio cuenta de que los acontecimientos políticos se precipitaban y, dirigiéndose a su familia en diciembre de ese año, dijo: «De estas elecciones depende la vida o la muerte de España y quizá hasta de la Religión».
Dos meses después habló del fraude electoral perpetrado por las izquierdas, que, sin embargo, no impidió la ajustada victoria de las derechas en Barbastro.
En junio del 36 oyó a las puertas la revolución y dijo a sus familiares: «Aquí hay paz, por ahora, gracias a Dios. Personalmente, no hemos sufrido ninguna grosería ni molestia, aunque han prohibido tocar las campanas y se han apoderado del seminario episcopal para arruinarlo. Por desgracia, así son las revoluciones…
Pequeño de estatura, vivaz, susceptible; no le costó poco esfuerzo llegar a dominarse a sí mismo.
Cerró su aventura terrena, dando su vida por Cristo, el 13 de agosto de 1936.
Sus últimas palabras son de abandono en Dios: «¡Que se haga siempre, Señor, ¡tu divina voluntad!
EL PADRE CLARET Y LA PRENSA
Nadie ignora que la casi totalidad de los irremediables males que deplora la moderna sociedad, tienen su origen en esta libertina prensa que, bajo título de 1ibertad y progreso, va inoculando el veneno en las almas y desmoronando el edificio de la sociedad.
Y como es cierto también que para impedir la eficacia de un veneno es preciso desvirtuarlo con un contraveneno queremos recordar ensalzando su memoria, aquel varón apostólico, que tanto hizo para propinárselo a la sociedad en que le tocó vivir. Háblese del V.P. Antonio Ma Claret, para quien la Iglesia prepara en estos días el honor supremo de los altares. Quien dude de la afirmación no tiene más que dar una rápida ojeado de su labor por nadie igualada, desee escritor popular y tendrá suficientísimo para convencerse de que difícilmente se hallará persona alguna en el siglo XIX que haya hecho tanta propaganda católica, por medio de la prensa, como el Claret y que apenas se hallará rival en este sentido en los siglos precedentes.
Si quisiéramos dar en breves palabras una idea general de lo que ha escrito, diríamos que ha escrito de apologética, moral, ascética y mística de artes y ciencias, de oratoria, de agricultura. En especial no hubo ramo en las asignaturas eclesiásticas acerca del cual no escribiese alguna cosa. l45 son los libros y opúsculos que compuso y 95 las hojas volantes diversas que escribió. Pero nótese que consideramos como opúsculos aquellos escritos que no pasan de l60 páginas. Cierto es que de alguno que otro no es el autor original, pero sí los ha traducido o los ha mejorado de tal suerte que los ha hecho casi propios. Pero difícilmente podrá uno apreciar cual conviene el mérito y trabajo que tanto escrito supone si no atiende a la continuada y gravísima ocupación que le abrumaba, que, en otro de no haber sido el P. Claret, le hubiera sido materialmente imposible el escribir algo. No tenía más remedio, para ello, que robar tiempo al sueño.
Muchas personas sabias y de virtud, entre ellas el Rmo. P. Orge, General que fue de los Dominicos, no sabían explicarse tanta actividad sino por una intervención divina.
No contento con haber escrito tanto y sobre tan diversas materias, estimulaba a otros a que hicieran lo mismo y no pocas veces él mismo les costeaba la impresión. Pero su obra máxima, en este punto de la propaganda católica, es la fundación de la Librería Religiosa y de La Academia de S. Miguel; obras, según la mente del fundador, destinadas exclusivamente a inundar con un diluvio de libros buenos a la sociedad, que gime bajo el peso de tantos libros y folletos malos.
Si las cifras son el mejor panegirista, hemos de decir que solo la Librería Religiosa desde 1848, fecha de su fundación, hasta 1866 imprimió 2.811,100 tomos de varios tamaños; 2.509,800 opúsculos y 4.249,200 carteles de catecismo y hojas volantes. Total: 8.569,800 impresos. Más de medio millón por año. Desde 1879 a 1902 imprimó un millón seiscientos setenta mil.
En menos de nueve años, que de existencia llevó la Academia de S. Miguel, distribuyó gratuitamente 1.734,000 libros, que corresponden por término medio a unos 120.000 por año; 1.734, 004 estampas, 25,311 medallas, 2,112 crucifijos y 10,201 rosario. Además, se habían prestado 20,396 libros y repartido una infinidad de hojas sueltas y opúsculos. Si el P. Claret, en toda su vida no hubiera hecho más que fundar la Librería Religiosa y la Academia de S. Miguel, acreedor serio a que se le levantara un monumento como a Apóstol de la prensa católica. ¿Y qué diremos si consideramos que la mayor parte de estos escritos son obra propia suya? l número de tomos que de libros y opúsculos propios se conocen, pasan de 6.000,000 almas de 150 ediciones que se conocen y cuyo número de ejemplares no sabemos. ¿Y qué de las hojas volantes, cuyas ediciones eran mucho más numerosas? Solo la imprenta de Aguado, en Madrid, publicó en poco tiempo 280, que sumadas con las dadas a luz por la Librería Religiosa dan la cifra de 4.723, 280 ejemplares. Y es de notar que casi todas estas hojas llevan estampas alegóricas, dibujadas por el mismo Siervo de Dios. Otras viarias librerías publicaron obras del padre Claret que se abrían de sumar a las cifras ya dadas. ¿Qué escritor en tan poco tiempo, ha podido ver jamás tan prodigioso número de ejemplares de sus obras?
Y no se crea que todo eso era impulsado por el afán de lucro o de nombradía, no, sino que l era el primero en pagar los gastos de impresión y los repartía todos gratis. El mismo afirma que en 1863 dejó a la Librería Religiosa 4,000 duros. En Cuba repartió más de 200,000 libros. En los viajes que con los reyes hacía por España tenía di dispuesto que en cada ciudad en que parasen encontrara una caja de libros para repartirlos. Sólo en el viaje que por el sur de España hizo en 1862, repartió más de 85 arrobas de libros («arroba» = 12,4 kg), opúsculos y hojas volantes.
Para terminar: si con toda verdad pudo decir el gran poeta catalán, Verdaguer, que «El infatigable Apóstol de Cataluña había sido el primero, más activo y más popular propagandista que haya tenido la prensa catalana en su siglo», de parecida manera hemos de afirmar del Apóstol de Canarias, de Cuba, de España entera; porque con igual afán ejerció en ellas su apostolado aquella alma gigante, para cuyas empresas era pequeño el mundo.
El recuerdo de la pascua de nuestro Venerable P. Mariano Avellana, este 14 de mayo, adquiere relevancia especial cuando en 2023 se cumplen 150 años de su llegada a Chile.
Al conmemorar 119 años desde que rindió su vida terrena quien fuera considerado el mayor misionero que el país conoció en su tiempo, este aniversario pascual cobra así por sobre su memoria habitual en los días 14 de cada mes un significado inseparable del Sesquicentenario de su arribo.
Casi 31 años separaron ambas fechas en la vida del Venerable, desde que puso pie en tierra chilena hasta que murió como los héroes: en la última de sus más de 700 misiones y prédicas a lo largo del país; su ofrenda de incansable evangelización y servicio preferente a los enfermos, los presos y los más abandonados.
Celebrar y cuestionarse como familia
En tanto la comunidad claretiana de San José del Sur prepara varios actos conmemorativos por el Sesquicentenario del arribo del Venerable a tierra americana, este nuevo aniversario de su pascua permite valorar en toda su dimensión el testimonio de vida que Mariano Avellana plantea para la familia claretiana en pleno. Hasta muy lejos del confín de América donde lo vivió sin medida, su ejemplo de “misionero hasta el fin” valida en plenitud ante la Iglesia el carisma de su fundador y padre congregacional, Antonio María Claret, cuestiona en especial a sus misioneros a lo ancho del mundo, y les alumbra un camino que Mariano abrió hace 150 años y no ha perdido vigencia para la evangelización del siglo XXI.
Porque vencer la natural tendencia a la comodidad y la molicie para salir con premura en busca del enfermo, del derrotado por el vicio y del abusado bajo el peso del egoísmo, la injusticia y el abandono, es hoy tanto o más exigente que cuando los primeros claretianos pisaron suelo americano, y entre ellos Mariano sintió que no podía descansar ante las lacras que la pobreza ostentaba a las puertas mismas de la primitiva comunidad. De tal forma entendió la exigencia de santificarse como misionero sobreponiéndose hasta al agotamiento de sus fuerzas y a los dolores que lo martirizaron en vida.
Los desafíos de hoy han cambiado, por cierto, los rostros y las penurias, y en el mundo globalizado campean con diferentes ropajes los dramas que a Mariano lo impelieron a correr sin descanso a las “fronteras”, según el papa Francisco exige hoy a religiosos y laicos como necesidad urgente y primordial.
Al celebrar su memoria en este 14 de mayo y proyectarla sobre los 150 años desde que Dios mismo llegó con él a bendecir esta tierra, es justo y necesario alegrarse en el Señor y agradecerle por haber suscitado en ella semejante apóstol. Pero lo es, sobre todo, asumir en el propio estilo de vida el testimonio misionero que el Venerable Mariano legó a la familia claretiana.
Tanto en las comunidades, como en los colegios, santuarios y obras pastorales de San José del Sur se realizarán conmemoraciones del Venerable, ya sea hoy, en fechas cercanas o a lo largo del año. Entre las que ya están en marcha, valga destacar un programa de seis breves capítulos de difusión en Youtube, que a contar de hoy ofrecerá los 14 de cada mes el párroco del Corazón de María de Antofagasta, Pepe Abarza. El primero es ubicable con el link
Mariano Avellana es patrimonio espiritual preciado de la Congregación y la familia claretiana toda. Por ello su figura será, de seguro, digno motivo para reflexionar a lo largo del año y en diversos lugares sobre la forma “heroica” que la Iglesia ha reconocido a su testimonio de autenticidad religiosa y misionera según el carisma de Claret.
Alfredo Barahona Zuleta, Vicepostulador, Causa del Venerable P. Mariano Avellana, cmf
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